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AJAH y su abuela

Con tan sólo 11 años poseía lo que la gente mayor llama formalidad, una mezcla de educación, ternura, respeto y modales para con la gente mayor, por eso su abuela paterna sentía una verdadera compañía a su lado.

Su vida se desarrollaba como la de todos los niños entre el amor de su familia y de sus padres, no importa que éstos vivieran separados. Al lado del padre había aprendido a practicar todo tipo de deportes, “surfing”, esquí, natación, “rapeling”… y compartía con él su pasión por  la historia de las guerras mundiales. Se sabía los nombres de barcos, y aviones, identificaba los uniformes de las tropas, las banderas de los países, en fin, padre e hijo se sentían compañeros y amigos.

Vivía la mayor parte del tiempo con su mamá, a la que observaba trabajar, incluso algún fin de semana, organizando eventos relacionados con su posición en una empresa. La admiraba muchísimo porque, a pesar de tanto esfuerzo, siempre sacaba tiempo para él.

Con un padre ingeniero y militar, a la vez, y una madre tan profesional y exitosa, AJAH se sentía retado y quería dar lo mejor de sí. Sin embargo, a veces no tenía las notas esperadas y se desesperaba cuando las cosas no le salían bien. Y eso era desde muy pequeño, sobre todo si se trataba de armar un juguete. Se enfadaba y tiraba las piezas.

-Toma, a mí no me sale. Tú, que sabes tanto, hazlo, le dijo una vez a su Mami. Entonces se quedaba silencioso y triste porque consideraba que había fallado.

Mami, que así llamaba a su abuela MariCarmen, notaba lo mal que lo pasaba y leía en su mente los inmensos deseos de querer ser el mejor hijo para sus padres. Se fue dando cuenta de que todo lo que decían sus padres le parecía bien y que empezaba a confundir la obediencia con  la sumisión. Así que aprovechaba cualquier tipo de situación para que AJAH tomara decisiones propias.

Un buen día pasaron por una tienda de electrónica y AJAH se fijó en un avión con ruedas posteriores como los de la Segunda Guerra Mundial y, aunque no se lo pidió a su abuela, pues no era caprichoso ni gastador, ésta leyó bien su mirada de fascinación y se lo compró.

Apenas llegaron a casa, se fue al patio a verlo funcionar. Varias veces lo tiró a lo alto para verlo aterrizar, pero no contaba con que las ruedas eran muy frágiles y pronto se fueron doblando hacia dentro. Al día siguiente, estaba algo descorazonado porque, a decir verdad, el juguete le gustaba, pero no quería pedir otro a su abuela porque le habían educado para no ser caprichoso. Grande fue su sorpresa cuando ésta le dijo que irían a cambiarlo, a lo que el respondió, algo negativamente, que ya no importaba. Mami le recordó que guardaba el ticket de compra y que, en tan poco tiempo, un juguete no se estropea a menos que esté defectuoso o mal construido. Por eso, ella insistía en que había que descambiarlo. AJAH anticipaba la vergüenza que iba a sentir en la tienda y enrojeció, pero no dijo nada como de costumbre.

Una vez llegaron a la tienda con el juguete en una bolsa, él se alejó un poco de su abuela, pero pudo observar como ella le explicaba lo que había sucedido sin desesperarse, ni levantar la voz. El dependiente admitió que el juguete tenía problemas de operación y que por eso se lo iba a descambiar por otro similar o, si quería, por otro distinto de igual precio. AJAH no lo podía creer ¡en cuestión de dos días había tenido dos juguetes nuevos! Definitivamente, se dijo, uno debe luchar por las cosas así, de frente, con buenas palabras y sabiendo que son justas.

Con el nuevo juguete en las manos, su abuela le dijo: «Ves, uno no se debe dar por vencido, si cree que tiene la razón».

El tiempo pasó. Hacia ya unos meses que AJAH no podía ver a su papá más que por la pantallita de la computadora de su abuela. Le habían activado a Iraq. Aunque notaba seria y preocupada a su abuela, todo lo atribuía a la gran distancia entre Puerto Rico y aquel país. Pero había otra razón más.

-Sabes, AJAH, tus bisabuelos van a venir a vivir con nosotros- le dijo. Hace tiempo que no te ven y quieren estar contigo, añadió, haciéndole sentir una persona muy importante para ellos.

-Mami, qué bien. Pero, ¿con quien van a estar cuando tú te vayas al trabajo? ; ¿Van a venir solos desde España en un viaje tan largo como los que tú me cuentas cada vez que te vas a verlos…?

AJAH empezaba a preocuparse porque la última vez que estuvo con Ángel y Tere, que así se llamaban sus abuelos paternos, vio que Mami llevaba a la bisabuela en silla de ruedas, pues le dolían mucho las articulaciones y, en casa, siempre tenía las piernas en alto. A decir verdad, cuando la veía así y adormilada sentía temor de acercarse. En cambio, su bisabuelo Ángel le acompañaba a ver sus películas preferidas y las veían más de una vez juntos, como si fuera un amigo suyo, eso sí grande como un gigante.

-Mami, hay unas camas que se suben y se bajan. Podrías comprarles unas a ellos y ponerles un televisor en el cuarto para que no se aburran cuando yo vea películas en inglés.

-Claro, AJAH, incluso he pensado cambiar el coche…

-Mami, ¿cuando vas a decir carro como todos aquí?- la interrumpió.

-Te he contado que si digo carro, pienso en una carreta tirada por bueyes, pues es como se dice en España. Pero, bueno, lo que te decía AJAH es que la vida ahora va a ser diferente para procurar que ellos estén a gusto con nosotros. ¿Me ayudarás, verdad, queriéndolos mucho?

AJAH sentía que a su abuela la dominaba una gran alegría pero, a la vez, un gran temor. Qué difícil debía ser dejar el país donde uno nació, después de ochenta años, pues el bisabuelo tenía ya ochenta y seis. Allí se quedarían los amigos, su casa, la mayoría de sus pertenencias…

-Yo sé que tú quieres muchisimíiiiiisimo a mis bisabuelos, Mami, pero ¿no llorarán después porque echen de menos su ciudad, su casa, sus amigos…?

-Si supieras cuanto pienso en eso. No sé si será lo mejor para ellos, pero me han confiado que quieren estar ya a mi lado para que los cuide. Este es un proceso difícil no tan sólo para ellos, sino para mí. Tengo que solicitar una Visa para que puedan entrar a Estados Unidos y llenar muchos papeles para su plan médico y, en fin, estoy angustiada.

AJAH, a pesar de su corta edad, entendía eso de la angustia de hacer las cosas bien para la gente que uno quiere y, acordándose de aquella lección que alguna vez le dio su Mami, la abrazo y le dijo: «Recuerda, si crees que estás haciendo lo mejor, no te des por vencida».

Y una confianza luminosa llenó a la abuela. Su nieto había aprendido demasiado bien la lección de luchar y  tener esperanza siempre y en todo momento.