La poesía en el libro: La hija del alcalde

La poesía en el libro: La hija del alcalde

de Carmen Cazurro García de la Quintana

Cande Gómez Pérez

Directora de la biblioteca, Universidad de Puerto Rico

Recinto de Aguadilla

Extraer la poesía de un libro es tarea fácil cuando todo él es un poema del corazón que convoca la magia de las palabras para abrir el dique de las memorias e inundar con ellas cada página,  desde el prólogo, cuando la autora aclara, “Dedico esta mirada a mi madre desde esa gran oportunidad que nos ofrece la vida a todos, una vez hemos madurado, para remitirnos a nuestra niñez y revivir el entorno familiar y la clarividencia  que otorgan las años de por medio”.  En esta convocatoria que el corazón lanza al recuerdo emocionado, se percibe a la poeta que, sin proponérselo, posiblemente,  matiza su escritura con  metáforas precisas para con ese lenguaje poético acercar al lector a las vivencias que marcaron su mente desde niña a través de la historia oral que su madre compartió con ella.

Carmen, al igual que la escritora chilena Isabel Allende en su novela testimonial, Paula, incorpora a su texto la técnica epistolar,   las cartas para poder sobrellevar y superar el dolor de las heridas de la guerra civil española.     Son cartas sobre Antonio García Quintana que, a petición de ella, su madre le envía y acortan la distancia entre España y la Isla.  Es así como a través del cultivo de la memoria se realiza la resucitación poética de personas y hechos históricos y olvidan el espacio ingrato del Atlántico.  La autora lo explica así:  “Y yo estoy con ella particularmente cerca sin soluciones, sin consuelos definitivos, asistiéndola en su recuerdo con mis oídos prestos y mi pluma llana, sintiéndome, a veces, intermediaria entre ella y su padre

Adentrarse  en este viaje del corazón que tiende puentes entre el ayer y el presente para reunir tres generaciones, la abuela, la madre y la autora,  es toda una aventura sensorial que nos hace partícipes de ese mundo de los años 30,  recreado por Carmen Cazurro en alas de la memoria de su madre, la hija del alcalde, mujer inspiradora, tanto del libro, como del título.  El texto en sí constituye todo un poema sentimental entre la autora y aquella niña que quedó atrapada en la orfandad y desprovista de la fantasía, es un poema constante a juzgar por lo que afirma la autora: “Siempre es apasionante introducirme en el corazón de mi madre para despertarla niña, para asistir a la guerra que jugó con su vida y el cruel asesinato que la convirtió en huérfana de fantasías”.

Es así como  nos lleva, unas veces de forma dulce y otras con el alma en vilo, a la España de la Guerra Civil que trasformó la vida de aquella niña de nueve años y la dejó atrapada en una “orfandad radical y sin consuelo”.  A través  de los manuscritos de su progenitora, la autora recrea los acontecimientos que trastocaron la vida, no sólo de la familia García de Quintana, sino de toda las familias españolas que se vieron atrapadas en una guerra de odio que la mayoría no buscó ni comprendió, y  Carmen sintió las oleadas de dolor llegarle desde el pasado de la madre que tanto ama.   Para ayudarle a expulsar el dolor atrapado por décadas en sus recuerdos, tantas veces soslayado por la historia oficial,  le solicita que le cuente sus memorias, y nos dice:

“Cuando la vida me atrapó en Puerto Rico, y empecé a sufrir mis propias ausencias, le pedí a mi madre que me contara la historia del abuelo desde sí misma…”  Y me hizo caso,  me contó su verdad llena de luz y de murmullos; la sujetó del papel porque no quería olvidar y porque el nuevo quehacer que le solicitaba nos unía más en la distancia devoradora que existe entre España y la Isla.”  “Y el abuelo, un ser tan pacifico y conciliador, nos hizo olvidar el espacio ingrato del Atlántico”.

El relato, sin olvidar la rigurosidad histórica de capítulos como: La ciudad del dolor, o  La doble muerte de Antonio García Quintana,  se hace ameno y novelado en la recreación de los personajes femeninos en capítulos como: Juanita la larga, Oh Sole mía,  o La bien plantada.  En el libro no se sigue un relato lineal, porque como bien lo expresa la autora en el capítulo introductorio,

“en esta micro historia familiar y sentimental he antepuesto el fluir de la conciencia, con sus fragmentaciones y reiteraciones, a la corroboración de hechos sin prescindir de la investigación”.

Como dijera José Hierro en una entrevista que le hiciera Armando G. Tejeda, refiriéndose a la Guerra civil española,  “El recuerdo de esos años es duro, con esa sensación de que el mundo se te viene abajo y cambia todo.”  .  Sin embargo la historia, que muchas veces puede ser yerma para ciertos lectores, pierde su aridez a través del lenguaje universal de la poesía.  Hablo de poesía,  refiriéndome al texto de Carmen Cazurro, evitando adrede hablar de prosa poética que me suena a un género híbrido, una especie de limbo, donde muchas veces el fin primordial es la belleza de la escritura por la mera belleza.  La Hija del alcalde apunta más bien a la expresión de Goethe,  “Para escribir en prosa hay que tener algo que decir y para encontrar las palabras acertadas despejadas de pretensiones vacías, se tiene que poner el corazón en el relato.”   No es llenar el relato de palabras bellas, sino encontrar la belleza de las palabras para poder transmitir el palpitar preciso que abra el entendimiento y haga partícipe al lector de los acontecimientos, de forma tal que se sienta parte de ellos y no un simple espectador.  Esta es la clave del texto conmovedor que presentamos hoy.

Citando a Octavio Paz, podríamos decir que “la poesía es ver, a través de las palabras el otro lado de la realidad”.  Ese es el efecto que logra Carmen con su relato, llevándonos al otro lado, al otro tiempo, a través de la puerta de una cuidada prosa donde la poesía emerge para suavizar la fea cara de la guerra e intentar una especie de humor filosófico donde el inconsciente espiritual brota de forma espontánea y no por razones de estilo.  La hija del alcalde es un texto en  prosa, escrito por una escritora que no puede desprenderse de la sensibilidad poética que lleva arraigada en su espíritu y que ya nos ha demostrado en sus libros Con la tinta de la amargura, Rendijas de luz  y Muros de sombra.  El poeta Manuel de la Puebla, cuando habló del enfoque poético en este último libro expresó  que:   “La poesía amalgama de factores diversos, es fruto de la inteligencia, expresión de los sentimientos e interpretación de las huellas sensoriales”.

A través de este viaje sensorial conocemos a Teresina y el dolor de perder a su padre, Antonio García de  Quintana, cuyo asesinato la sumió en un dolor perenne que trasmitió a su prole.  También, conocemos a las dos mujeres invencibles que estuvieron a su lado para suavizar el dolor de la desgracia.  Una de ellas, la abuela Sole, que tan tierna y bellamente es retratada por la autora: “Era a decir verdad una preciosidad de abuela, pequeñita, de facciones menudas con una miniatura de moño que recogía las cuatro hebras de su brillante pelo blanco”.  Esa mujer, de fragilidad aparente,  pero que tenía  [..] un temperamento enérgico, activo y exageradamente pulcro en una época en que limpiar era cuestión “de armas tomar”. 

La otra mujer, la que más relevancia tuvo en la formación de la niña, su madre, Brígida Hernández, aquella que como retrata Carmen:

[..] “aunque no era guapa tenía una presencia imponente: su gesto sereno y austero, recordaba al de las reinas de España, igual que su cuerpo rebosante y erguido por el corsé, según la moda de la época.  Cada paso que daba, cada palabra que profería, era una afirmación de su yo imperativo”.

 “Aquella castellana, nacida en tierra de pan y vino entre las muralla rotas de un ruinoso castillo, no dudó en dar el paso hacia el altar y casarse con un hombre nueve años menor que ella, Antonio María Francisco García de Quintana.”

Ese hombre honrado que lo sacrificó todo en aras de su integridad, que fue la adoración de su hija Tere, se nos presenta como una importante figura de la política del momento, pero sobre todo, como un  hombre de familia, cuyo amor trascendió las fronteras de la muerte y siguió influenciando la vida de los suyos, principalmente la de la niña, quien nunca pudo olvidar sus paseos con él:

“En verano paseaban mucho por el Campo Grande, un lugar encantado con perfil de los cuentos o de silencio de claustro conventual para la pequeña que se sentía ‘ hada cenicienta o monja’. Allí hacía que sus padres llegaran hasta el palomar donde trataba siempre de identificar sus palomas mensajeras por la marca de las patas.  Luego en su vida adulta no haría más que buscar, como punto de referencia de su pasado, el palomar característico de la llanura castellana, redondel de adobe coronado por un techo triple entejado.”

La presencia de Tere, la niña que da origen a esta novela histórica, impregna las páginas de este relato.  El lector se familiariza inmediatamente con:

“la pequeña sonriente{que} recogía todo el agradecimiento que su padre iba sembrando en diferentes formas y medidas”.

La niñez de la protagonista, después de la muerte del padre,  no fue tan halagüeña, aun cuando su madre hizo lo indecible para mantenerla al margen de los acontecimientos que culminaron en el asesinato del padre, de aquel padre que, aun en el encierro inmerecido, encontraba atajos para llegar al corazón de su familia y  “que no podía evitar los muros de la cárcel, pero los trascendía brillantemente”.   Esa trascendencia la  percibimos de forma tangible a través de sus cartas,  transcritas en el libro, que son de por sí reflexiones filosóficas  que tocan las fibras del lector: “morirse porque así lo ordena con su imperio irrefrenable la ley de la fatalidad…” “Mi muerte será tan fatal como es que el rayo se produzca cuando chocan dos fuerzas  eléctricas adversas”.

Una de las cartas más conmovedoras  escritas por el alcalde es la de la despedida de sus seres queridos y en ella expresa todo el amor que lo acompañó en su viaje final:

“Por ti,  mujer mía, a quien seguramente proporcioné menos alegrías de las merecidas, que te dejo íntegro el pavoroso problema de sostener y formar a nuestros hijos.  Por vosotros pobres hijos de mi alma que os quedo desamparados, sin pan, sin consejo, con  la vida truncada, con el corazón dolido por una terrible sentencia.”

La descripción más vívida de esa época la hace la narradora cuando sondea el ambiente de confrontación que rompe la convivencia más elemental:

“El terror de guerra se fue adueñando de la población civil.  Amparados en él muchos lograron llevar a cabo las venganzas labradas en la oscuridad de sus mentes por largos años” Y continua narrando: “La muerte y los asesinatos se hicieron cotidianos.  Todos los que pensaban de otro modo, los odiados por locos y poetas eran obligados a dar un paseo del que nunca más regresaban”.

Las circunstancias que rodeaban la vida de la familia de Tere, lo que equivale a decir, las circunstancias de la mayoría de la población durante la Guerra Civil Española, se hacen patentes en la descripción de los espacios vitales, como la casa familiar de los vencidos:

“Los escalones de madera se arqueaban, se retorcían y crujían como si por allí hubieran pasado miles de peregrinos.  La gran puerta de entrada del portal número tres estaba precedida por una impresionante y potente aldaba de metal cuyo atronador sonido en el silencio nocturno de las calles era un “ábrete Sésamo” en caso de que el sereno no apareciera…”

Pero en medio de esa pobreza que sobrevino debido a la circunstancias,  la autora nos hace comprender que el amor puede florecer en los lugares  más inesperados y que la fogosidad de los enamorados de antes no era diferente a la de nuestros tiempos,  salvo por el sentido urgente de vida y muerte de la guerra, por eso nos sonreímos cuando expresa:

“Detrás aquella puerta podían ocultarse dos personas por lo que las parejas de enamorados sonrojaban más de una vez a los inquilinos que se hacían los desentendidos…”

Percibimos que la niña era muy pequeña aún para comprender la realidad apabullante que la rodeaba y tal vez por eso su pequeño corazón no se consumió en las llamas de la tristeza:

“Entre disturbios y aprensiones siniestras Tere llegó a imaginar que todo aquello era lo corriente, que se producía como se producía el aire y estaba allí como estaba el sol, o la luna o las nubes o la casa de enfrente”.  Mientras,  crecía sola en el reducido ámbito de una familia que… “Del cedazo barrido por la guerra,  había quedado como un islote aislado, algo así como proscrita”.

 El 7 de octubre de 1937 Tere quedó huérfana de padre, luego de su fusilamiento por la España franquista  y la autora nos dice que fue,“ por obra y gracia del tribunal militar, que sentenció al alcalde socialista a pena de muerte para que no hubiera un dios que le librara de rendir cuentas al régimen”.

El dolor de la familia ante la muerte del ser amado se describe de una  manera que supera las palabras:

El primer día que Tere visito a su padre no pudo procesar los hechos por su corta edad, pero sí los sentimientos, por eso categóricamente pensó que Franco no podía querer a los niños que, como ella, necesitaban estar cerca de su padre, tan cerca como un abrazo, un beso o un pellizco en el cachete… El estremecimiento de la familia del alcalde no precisaba de formas para sentir la trascendencia del acontecimiento, ni de mensajes sobre la imperfección humana que invitaran a enderezar los pasos torcidos en la vida.  El sobrecogimiento que dominaba a la familia era superior a todo, de forma tal que las manifestaciones exteriores sobraban.”

“Los miembros de la familia regresaron a sus casas en silencio sin percatarse del lento despertar de la ciudad a un día como otro cualquiera.”

En abril de 1939 terminó la guerra que dejo sumida a los españoles  en un dolor sin precedente y como  indica la autora:

En las trincheras debieron quedar enterradas todas las mutuas responsabilidades sangrientas.  La guerra había dejado de ser una guerra de trincheras y barricadas para convertirse en el estado de animo de una España invertebrada,…”

La niña acostumbrada a los mimos que  disfrutaba en el seno de una familia económicamente desahogada,  se ve sumergida en las necesidades más apremiantes de la dura sobrevivencia  y su cuerpo y espíritu sintieron el embate al unísono frente a la enfermedad.

“Cuando pudo levantarse de la cama, la tuvieron que enseñar a caminar. Había crecido exageradamente y lo más espléndido de sus piernas eran los huesos de las rodillas”. “Había vencido el tifus para enfrentarse a la tisis” [pero] “la familia se las arregló para que no muriera de consunción”.

 

En  medio de la tristeza, el tiempo pasó.   La niña se convirtió en mujer y emergió de las cenizas del dolor, aunque marcada por cicatrices indelebles. Descubrimos que la mujer que brotó de aquel erial de la guerra era hermosa por dentro y por fuera:  “Nadie se explicaba como la fragilidad y la belleza podían brotar un embate como aquel…”  Y continúa diciendo: “La  luminosidad de Tere con su delantal en ristre hacía de aquella cocina el lugar ideal para las tertulias de todo tipo al atardecer”.

Para terminar el recorrido por este viaje del corazón de Carmen Cazurro, quiero citar  a Felipe Vázquez,  quien al referirse a la obra del escritor mejicano Juan José Arreola,  afirma, “Una prosa escrita por un poeta por la intensidad con que se relata es un poema por la atención que se logra del lector”.  Así la poeta, que ya nos había impactado  con sus otros relatos testimoniales, nos arrastra en este viaje del corazón  a conocer la historia de sus raíces y logra, no sólo la  participación activa del lector, sino su más completa solidaridad, pues lo que trasmite  es un amor inmenso e incondicional a la historia de su país, particularmente vivida por su familia en aquellos difíciles eventos de la Guerra Civil, más mortales que rosas.  Pero,  las desdichas, a la vista está, se convierten o se pueden convertir en privilegios.


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