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Un modo de ver el mundo y estar en él

Murosdesombra

Apuntes biográficos sobre el libro Muros de sombra: El cáncer, los demás y yo de Carmen Cazurro.

La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara.

-Susan Sontag

Hay acontecimientos en la vida que nos marcan indefectiblemente; la enfermedad es uno de ellos.  Quizá más, cuando ésta responde al nombre de cáncer, pues tan sólo el poder evocador de la palabra provoca que el enfrentamiento con nuestros temores más ocultos se torne inaplazable.  Entonces, es que asistimos a un diálogo inusual entre nuestro cuerpo y nuestra alma.  Alcanzamos, por así decirlo, un estado de verdad difícil de explicar: mientras nuestros pies se posan en otro suelo irreal producto de fuertes depresiones, nuestra mente se agudiza buscando interpretar los significados de la vida tal como se nos ofrece.  Gozamos de un tiempo detenido para nosotros y llegamos a disfrutar de la morosidad de nuestros pensamientos, casi los paladeamos hasta llegar a extasiarnos en el dolor como en una vía purgativa o un vía crucis inevitable que son, para mí, dos formas simbólicas de enfrentarse a la quimioterapia.

Cuando el tema de un libro lo da la vida, como en este caso, nos fotografiamos sin quererlo en nuestro ser más auténtico, sin adorno alguno, entre nuestras circunstancias personales.  Por eso, este libro no constituye una metáfora optimista de la existencia.  Su contenido es un cúmulo de sensaciones, exacerbadas por el dolor, la pena y la ausencia de seres queridos, que hablan de un ser humano hincando su  propia bandera en aventuras desconocidas hasta cierto momento de su vida, aventuras riesgosas como la amputación radical de una parte del cuerpo, la inundación de todos tus órganos por químicos violentos, seguida por una terapia de radiación; pero, mucho más que eso, la emoción de asistir a un renacer desde la amargura y adquirir en un santiamén la pesadumbre de un destino fatal, pues en la mentalidad de todos, seamos honestos, el cáncer es una sentencia de muerte.

En la soledad se produce un cierto proceso de infatuación, parecido al espejismo del desierto: tus sentidos ven, tocan, huelen, gustan y escuchan en espacios insospechados antes.  Por ejemplo, basta que una mosca se pose en un vaso frente a nuestros ojos y mueva sus patitas delicadamente para que el insecto cobre vida ¿qué hace, qué le pasa, a dónde va….? Nuestra mente se torna retorcidamente kafkiana, todo pasa por ella como una metamorfosis rabiosa y singular, cuya interpretación resulta torturante.

Los muros de sombra a los que poéticamente alude el título del libro son, pues, las paredes de la cárcel donde se encerró mi ánimo, cuando me diagnosticaron cáncer.  Deliberadamente los fui construyendo yo misma porque me agobiaban las percepciones aciagas que me rodeaban.  Todo parecía un crespón de duelo a mi alrededor: las caras, los gestos, los silencios, las palabras de amistades y conocidos.  Muy segura de que no podría aguantar el peso añadido de la pena de mis progenitores sobre la mía, decidí mantenerlos al margen y convertir, como por arte de magia, mi espacio ideal con ellos en un recinto sagrado, saludable, feliz y sonriente pero, sobre todo, esperanzador.  Mi premio, al final de mi carrera de obstáculos, serían ellos.

Muros de sombra carga dentro de sí toda la intención de testimoniar una de las posibles maneras de enfrentarse al cáncer.  La que yo elegí fue íntimamente mía; traté de vivir hacia adentro, en las moradas de mi cuerpo, donde deseaba encontrar a mi inesperado enemigo y hacer las paces con él.  ¡Qué se quede en mi cuerpo, pero sin hacer ruido!- grité calladamente muchas veces.  Sólo después de superar con éxito semejante convivencia me instalé en el exterior, en el reino de los sanos. Y es que, así como el cáncer no se manifiesta de la misma forma en las personas que lo padecen, éstas eligen su modo de enfrentarlo, solas o en grupo; en la rebeldía del rechazo o en la paz de la aceptación.

Una cosa es segura, nadie puede vivir la enfermedad de otro. Tarde o temprano hay que dar  la cara al huésped indeseado.  Yo preferí que fuera temprano, como correspondía a mi fuerte carácter. Por eso hoy, cuando alguien se acerca con una situación semejante en busca de orientación, le advierto que ningún caso es igual; que lo más digno que podemos hacer es decidir la manera en que vamos a sobrellevarlo. El subtítulo “El cáncer, los demás y yo” explica esto, pues hace referencia no sólo a la vertiente patológica, diagnóstico y tratamiento del cáncer, sino a la sociológica, familia, médicos, amigos, pareja  (los demás) y, también,  a la psicológica o espiritualista (yo).

El libro puede verse de múltiples formas y, en este sentido sienta una diferencia respecto a lo que se ha escrito en torno al tema.  Quien desee la verdad desnuda puede leer la primera parte escrita en forma de diario. De ella les anticipo estos fragmentos delatores de una gran angustia existencial entre la intimación y la búsqueda instintiva del color de la vida:

…yo puedo atestiguar que hay un momento en que los enfermos se quedan a solas con Dios, y el médico se encarga de la presentacion protocolar.  Evidentemente, el mío debió de dialogar estrechamente con Él, porque en una semana de cuidado y atenciones salí del hospital (Isla verde, flor cautiva, 43).

Soy como las pinturas egipcias, quien me quiera ver niña que acuda a este perfil izquierdo; quien me quiera ver mujer, que acuda al derecho- le digo a mi médico alardeando de una resignación que no tengo.  Mi herida parece un mapa topográfico: morado intenso para la dura montaña que domina el valle blanco de espadrapos accidentados por las púas rebeldes de los puntos. Como quien dice “tentación prohibida” (Isla verde, flor cautiva, 44).

Visito el área donde administran la quimio.  Son varias habitaciones con amplios sillones de descanso.  Todas están a rebosar. Me fijo en el color de las pacientes, en las calvicies forzadas, en el desaliento vital de muchos y en las conversaciones de recíproco apoyo donde la tragedia se convierte con gran facilidad en pura anécdota (En las entrañas del dolor,  81).

¡Cómo ha cambiado tanto mi vida…  Ni una ilusión, Dios mío sólo la voluntad de no desfallecer ante la incertidumbre diaria de cómo va a ser mañana¡ (Cada noche dejamos de ser, 115).

Quien prefiera alquimizar el dolor y convertirlo en juego y fantasía, comprenderá los dos cuentos que contiene el libro.  En Llorar ausencias, relato a dos voces, como una mujer le cuenta a su amiga la pasada alegría en medio del dolor, es una especie de Nessum magior dolore, poema exquisito de Manuel Machado.  Pienso que es un buen retrato de la huída del amor. Una mujer narra un día de la vida de su amiga, paciente de cáncer ¡Qué día más triste era aquél.  Llovían los sentimientos….  Se iban por las alcantarillas como cualquier porquería (155), nos dice. En la narración se cuelan ingeniosamente los recuerdos de la amiga, quien los cuenta en primera persona para diferenciarlos de la voz narrativa que adopta la tercera persona y se hace presente al final.

Pero, si  Llorar ausencias utiliza como técnica el juego de dos voces que nos permite dar saltos en el tiempo e incluso observar la ruptura de fronteras entre el cuento y el ensayo, el segundo cuento titulado El otro goce apela al nivel imaginativo del erotismo, el mito y el símbolo.  La quimioterapia aquí se convierte en un periodo de prórroga inusual, perpetua, para el sentimiento amoroso personificado en un poeta. Los ecos de la poesía de Jaime Sabines prestan su atmósfera al cuento

Por último, quien interese buscar respuestas a las interrogantes que carga toda enfermedad sobre el amor, la familia, Dios, el trabajo, la patria, el país donde se vive , puede leer las poesías recogidas bajo el título “Los huertos del recuerdo”de donde extraigo el siguiente poema titulado “El otro lenguaje”:

Con el cuerpo, a veces,

Deletreamos más hondo las palabras.

Es que las suspiramos.

A veces, con el cuerpo

decimos secretos que ofenden

las propias palabras.

Es que las vivimos.

Con el cuerpo,

si hemos sentido la muerte,

enviamos claros mensajes del alma

comparables a las más sublimes

palabras de un poeta.

Es que las amamos.

Se pueden apreciar en estas páginas ciertas teorizaciones muy extendidas sobre el cáncer y, al mismo tiempo, una ruptura con ellas.  Me refiero, por ejemplo, a la sicologización de la enfermedad.  Se ha relacionado el cáncer con las emociones depresivas, los traumas del pasado, las pérdidas, las insatisfacciones, en fin… , cuando todas estas características, desde mi punto de vista son propias de la condición humana, es decir de todas las personas, aunque no padezcan cáncer.  Es más, hay personas que sin un diagnóstico tan preclaro como el mío, son personas enfermas para sí y para los demás, su padecimiento es del alma.  Andan por la calle pululando, muchas de ellas son gente culta, preparada profesionalmente, pero el celo y la envidia, característicos de su pasividad las carcomen, las invaden en un tipo de enfermedad del espíritu.

Doy cuenta de esta humanidad sin piel de gente en algún rincón del libro, pues los enfermos del alma no perdonan a los que poseen las cualidades que ellos no tienen: carácter, dinamismo, autosuficiencia, amor propio, respeto por el prójimo y sus ejecutorias más límpias.  Denuncio, aunque veladamente, la falta de tacto de este tipo de personas que, sin lugar a dudas se complacerían en una posición falsamente piadosa, si lo que encontraran ante sí fuera llanto, debilidad o pedido de ayuda.

Otra teorización sobre la estructura emocional del canceroso supone la presencia de tres períodos configurativos que delatan una personalidad específica del enfermo de cáncer: en primer lugar, una infancia y una adolescencia marcadas por sentimientos de aislamiento; en segundo, la pérdida de la relación amorosa profunda hallada en la edad adulta y, finalmente, la subsiguiente convicción de que la vida ya no puede deparar esperanzas.  Desde luego, la insinuada relación, áspera y distante, de la protagonista con la abuela materna durante su niñez pudiera interpretarse como respuesta a esa primera etapa configurativa que he señalado; por otro lado, la pérdida de la pareja que se anticipa casi proféticamente: “Serás mi ruina levantada hasta el cielo” guarda relación con el segundo supuesto; incluso el epílogo “La vida va siempre en borrador” puede sugerir la tercera faceta desesperanzadora que parece adornar la personalidad del canceroso.  Sin embargo, el deseo de reconciliación entre alma y espíritu, atmósfera que unifica las tres partes del libro y se cuela tanto en la realidad como en la fantasía de la protagonista, habla de un ser que no sólo tiene fe en sus capacidades y posibilidades, sino que incluso se atreve a dialogar lúdicamente con el cáncer, transformando su tratamiento en un acto eróticamente trastocado.  Debo confesarles que yo no creo en el cáncer como expresión del yo, del carácter de mi yo. Verlo así sería como un castigo. En otras palabras, no me considero responsable por mi propia enfermedad

En nuestra sociedad actual el cáncer no es una enfermedad decorativa, ni lírica, me refiero a que no se puede estetizar a semejanza de lo que hicieron los románticos con la tuberculosis a finales del siglo XIX.  Sin embargo, mi libro propone todo lo contrario: el cáncer encuentra en la imaginación caminos insospechados, exacerba la memoria y los sentidos, por más que el común de los mortales insista en hermanarlo con la muerte del deseo, es decir con la muerte en vida.  Otra “verdad” muy extendida es que el cáncer no es propio de personalidades románticas y melancólicas, más bien de personalidades deprimidas, pero ¿acaso la depresión no es parte de la condición humana en general?  La depresión no es otra cosa que la misma melancolía desprovista de sus encantos que ya en la Edad Media se conocía como acedia o acidia.  Desafortunadamente, hay toda una teoría por parte de los investigadores modernos que apoya las causas emocionales del cáncer y, al hacerlo, sitúa en el propio paciente la responsabilidad fundamental de su recuperación.  Me parece demasiado punitivo cargar con esta responsabilidad.  Más bien, creo que todas las teorizaciones que atribuyen la enfermedad al estado de ánimo del paciente y su cura a la mera fuerza de voluntad son síntoma de que falta mucho aún para conocer su patología.  Falta mucho todavía para el progreso en la comprensión de los orígenes del cáncer. El descubrimiento de células madre cancerosas va a obligar a un profundo cambio en la investigación del cáncer.  Quizá, por ello, hay que reconocer que nuestra época es propensa a explicaciones psicológicas, al fin de cuentas la fuerza persuasiva de la psicología proviene de sers una forma sublimada de espiritualismo. Pero, insisto, a quien se le explica que, sin quererlo, ha causado su propia enfermedad se le está haciendo sentir que bien merecido lo tiene. Yo creo que el cáncer es una realidad ineluctiblemente material.  No sé si, a consecuencia de este convencimiento, me resistí tantas veces a los consejos de aquella conocida que insistía en que todos los días reconociera ante el espejo, y a viva voz por cierto: “No estoy enferma”.  Este exorcismo oral a mí no me iba.

En el cáncer es el tumor el que tiene la energía de proliferar caóticamente destruyendo las células sanas, mientras nosotros nos quedamos sin ellas, incluso la quimioterapia fomenta esta falta de energía, sentimos un apagón intenso en nuestra vitalidad; nuestros sentimientos quedan prácticamente anestesiados. Hay que luchar entonces con la pena que afloran tan pronto comparamos lo que hasta el momento hemos sido, con lo que somos; también con esa visión propia de la amargura que tiñe nuestros temperamentos, antes alegres y vivaces.

La sociedad juega tristemente con las metáforas del cáncer, mientras nosotros, los pacientes, nos sonreímos humanamente, sabiéndonos poseedores no ya del símbolo sino de la realidad. Que nos digan que estamos invadidos y que hay que contratacar al enemigo con la quimioterapia; que escuchemos en son de broma que el tratamiento es peor que la enfermedad; que las películas de ciencia ficción nos hagan pensar más de lo debido en que somos como una especie de mutantes; que eso de tumores malignos, nos sepa a posesión demoniaca, entre otras cosas, lo que hace es sugerir que existe un profundo desequilibrio entre el individuo y la sociedad, dentro del cual nosotros somos unos de los mejores conejillos de India, aunque hay que reconocer que a los enfermos de SIDA les va peor.

Sería bueno recordar que al nacer, como afirma Susan Sontag, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y que, aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.

Pienso -así concluye mi libro- que la vida es un gran borrador que constantemente pasamos en limpio, sobre todo, cuando pasamos una año debajo de la tierra como la cigarra de la canción de Maria Elena Walsh. Yo confieso que nunca lo logro del todo, pero, en el intento de mi propia edición, vivo -han pasado seis años ya desde el encuentro con el cáncer lo cual me convierte en una bandera de esperanza alentadora para muchos, un don para mí inesperado pero que acepto responsablemente.

Salud amigos y una abrazo del alma para todos, mujeres y hombres –que suelen ser más callados, desde esta populosa y poco conocida ciudadela del dolor en la que yo habito ya familiarmente.


Mujeres sin Edén

Mujeresineden

Prólogo del libro:

Escribir es defender la soledad en que se está; es una acciόn que sόlo brota desde una aislamiento afectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas. Entre estas palabras de María Zambrano, autora del ensayo Hacia un saber sobre el alma, y los relatos que siguen hay un paralelismo. La lejanía del amor, por más cerca que esté, su no concreciόn en “otro”, es lo que nos permite relacionar las voces femeninas que emergen de estas páginas – ella, tú y yo- y  descubrir interesantes relaciones entre ellas.

En general, y quizá ésta es la nota predominante, la voluntad de introspecciόn domina a todos los personajes centrales (amas de casa, mujeres casadas, mujeres sin pareja, intelectuales, extranjeras, estudiantes maduras…) de ahí el tono, entre el asombro y la impasibilidad ante las continuas contradicciones que les muestra la vida. Las vidas de las mujeres de estos relatos están dominadas por la soledad y el vacío que siempre conlleva la falta de comunicaciόn de los anhelos más íntimos. En realidad, la mayoría son historias acerca de cómo las personas pueden iniciar relaciones amorosas por algunas inesperadas circunstancias y la imposibilidad de establecer un vínculo afectivo definitivo, incluso cuando todo parezca  favorecerlo. También, se exploran los silencios femeninos en las relaciones humanas polarizantes.

El muestrario femenino es vasto…

Mujeres que observan meditativamente los estragos del amor y los sufren como una verdadera enfermedad. En Llorar ausencias el amor no es metafóricamente un cáncer, sino que convive realmente con la enfermedad desandándose por el camino del temor y la debilidad del ser amado ante el dolor o la cercanía de la muerte. Además de la mutilación física, asistimos a la automutilación emocional; es un queriendo sin querer, para no abrazar más, para no correr más en pos de amores ridículos escamoteados por la pasiόn. La voluntad es la cura, la erradicación de ambos males: la enfermedad y la pasión.

Mujeres en un entorno hostil, profesional o social que, unas veces, lejos de hundirlas, exacerban sus sentidos, su espiritualidad, para llegar a conclusiones sobre la condiciόn humana femenina, tan propensa a la copia, el chisme, la envidia y la hipocresía; pero otras, las asume sufridamente en medio de una vorágine adaptativa, masificadora.  El intruso ilustra el primer caso, tiene algo de cuento oriental por su alma de fábula, mientras que Balada de la vida breve más bien parece una estampa costumbrista y una metáfora capaz de desnudar ciertos aspectos idiosincrásicos de un país reconocible.

Mujeres debatiéndose entre culturas diferentes tratando de entender infructuosamente las diferencias y de explicar su propia existencia. La fiesta y Carmen, la juglaresa son dos relatos que nos acercan a mujeres que viven lejos de su lugar de origen y se envuelven en tareas vanas, como la de captar la forma de pensar del hombre, lo cual no hace sino exacerbar y develar las diferencias culturales, más destructivas que constructivas en ambos cuentos.

Mujeres que buscan en su soledad o en los libros espejos inusitados. Loneliness es un  relato donde la mujer emerge de su soledad con verdadera conciencia de que convive con ella. En Mundo a solas la mujer – libro se instala en el nivel erótico del hombre-página. Su grito desaforado ¡Léeme! equivale al clímax de cualquier relación amorosa.

El erotismo femenino se explora desde la sordidez del dolor en El otro goce en una insinuante relación de tres; desde el mundo cortés medieval con el relato Carmen, la juglaresa, o desde la des-inhibidora naturaleza tropical, como en La puesta de sol. En todos estos cuentos el deseo resulta más privilegiado que el amor.

Mujeres que tardíamente rompen episodios tristes de violencia sicolόgica, como la protagonista de El  epitafio.

Mujeres que encuentran en simples animales la ternura que otros seres le niegan como la madre de Un compañero irrepetible.

El título del conjunto Mujeres sin Edén está íntimamente relacionado con el final del cuento La puesta de sol (Andros), donde la voz narrativa sorprende a su personaje escribiendo en un diario: “Andros, somos los expulsados del Jardín y estamos condenados a inventarlo… delante de nosotros está el mundo.” De forma que los hombres que aparecen en el trasfondo del libro, Andros, Marcos, Yamán… -algunos con rasgos de intelectuales o poetas- son el “otro” necesario al imaginario femenino para acercarse al mítico Edén.

El lector decidirá si él, ella o los dos imposibilitan su disfrute.

Estos relatos rompen las fronteras entre el cuento, el ensayo y la poesía.

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