Encuentros sorprendentes

del libro inédito Como la vida misma de Carmen Cazurro

Gimnasio de «Pito»

La vida iba trazando su curso. Aunque sus padres idos aún pululaban por su casa y la acariciaban cuando se sentía tan huérfana de afectos, tan lejana a la expresividad de hijos y nietos, sin contacto, sin caricias, sin recuerdos… veía con claridad su desubicacion en el ambiente universitario- al que tantos afanes dedicó y empezó a urdir la salida de él con una especie de indignación y furia moral con las que quería contrarrestar su fragilidad. Tenía que retirarse, se dijo como en una especie de revelación en que la costumbre le repetía: ¿qué pinto yo aquí? . Entonces hizo el gesto arremangado del que se prepara para asumir la pesada carga de una faena imprecisa aún. Antes, culminó su larga etapa, desde 1996, como fundadora y editora de revistas; presentó un poemario; culminó un libro de amplios alcances históricos, sociales y literarios en Puerto Rico; produjo y dirigió un documental histórico sobre el 50 aniversario de su Universidad  y celebró con sus estudiantes de Honor la última Noche de Gala como Directora del Programa durante diez fructiferos años, especie de Ultima Cena con sus discípulos.

Luego, un Crucero por el Meditarráneo la sacó de la atonía vital que supuso el papeleo y las gestiones burocráticas del cambio de vida decidido. En familia, y ante panoramas espléndidos, fue dulcificando el fin de una etapa a la que había dedicado mucha energía  y que había acaparado sus sueños e ideales en multiples realizaciones. Aun así, tenía que diseñar su vida, entretener el tiempo, mantenerse saludable para no perder autosuficiencia y sobre todo regalar a sus hijos la visión de una vida a tono con la imagen enérgica y prospectiva de los nuevos tiempos. Su gran faena se presentaba ahora como un esfuerzo físico más que intelectual. Se enfrentaba más que a la soledad a la pesada conciencia de ella.

Para mantenerse en forma, no para mejorar su figura precisamente, se presentó en un gimnasio y exploró un mundo de “artefactos” – en la Edad Media hubieran pasado a la categoría de torturas, eso sí, autoinfligidas, se dijo – para los que no se sentía preparada. Así que, ni corta, ni perezosa, contrató un instructor.

Aquel mundillo de musculaturas exacerbadas, camisetas reveladoras, pechos turgentes y traseros firmes no estaba hecho para ella, como tampoco el mundillo de soluciones arcaicas de las asociaciones cívicas, pero echó valor al asunto de enfrentarse a un nuevo ambiente y experimentar con los posibles quejidos de su cuerpo que si algo conocía bien era el sedentarismo de una silla de un escritorio.

En una rápida conversación, el instructor supo de las limitaciones de su cuerpo, producto de las secuelas del cáncer y ella de lo que iba a ser su entrenamiento gradual en el que iba a intervenir todo su cuerpo. Marion se sintió retada ante la posibilidad de mejorar su postura y su resistencia física. Entonces comenzó con su cuerpo tal cual: celulitis, prótesis, rollitos de grasa…

La personalidad de Pito era lo suficientemente poderosa para conducirla con fuerte amabilidad en todos los ejercicios. Su físico, claro está, no delataba un átomo de grasa y su musculatura era perfecta, no exagerada. Además, su trato era educado y predominaba dentro de su expresión  agradable una mirada masculina valorativa, de forma que el rostro resultaba  juvenilmente atractivo. Su grata compañía  permitía olvidar el sudor generado por el ejercicio y llegar con mayor o menor esfuerzo hasta los límites indicados.

La conversación fue fluyendo de ambas partes, sobre todo cuando Pito supo que Marion se dedicaba a escribir.  José M Nieves le confió su vida, una historia inesperada totalmente para Marion quien se había conformado con saber que era gerente del gimnasio y que había practicado fisiculturimo al estilo de un Arnol Schwarzenegger. Pero, no, estaba ante un exconvicto que pasó siete años en diferentes cárceles de Estados Unidos porque se vio envuelto en un negocio de drogas donde hubo engaño y traición de supuestos amigos emprendedores; un terrible incidente en el que, en contra de su voluntad, se había visto envuelto – esto se lo relataba entre mínimas pausas que necesitaba para respirar. Le habían contratado para vigilar la entrada a un negocio como ¨bouncer¨. Cuando le colocaron  en la cintura un arma para tales funciones, él se la sacó y la devolvió, pero las cámaras de seguridad registraron un simple intercambio.

Ella, mientras lo escuchaba, tendía a creerlo. Lo acontecido por él posiblemente terminaba flotando en esa atmósfera de lo inventado, como es propio de la materia narrativa donde ambas cosas suenan igual. Y le prestó atención sin perder sincronicidad con sus ejercicios.

El recluso número 35464-069 era un ser apasionado, leal y libre, características que conocían muy bien los que compartían sus facetas de pastor, cocinero o instructor de ejercicios. Cuando Pito rememoraba aquellas calamidades de su deplorable experiencia, como la de dormir encima de un cartón y utilizar un pedazo de pan como almohada, se trasformaba. Le invadía una fuerte diafanidad y el rostro se iluminaba; su mirada se perdía en horizontes indefinidos y sus músculos se relajaban. No brindaba explicaciones inconexas, ni trasmitía arrebatos confusos, ni se percibía una fijación enfermiza en su relato.

Mejor conocido como Vin, por su parecido con el actor Vin Diesel, había logrado el respeto de los otros reclusos que querían “parquearlo” hacia su lado. No admitían que fuera de su grupo alguien se destacara individualmente, pues eso era un síntoma de pérdida de poder. La primera ocasión en que otro preso lo retó a someterse con un “demuestra que eres un hombre”, le incendió la ira, su cuerpo se expandió como cola de pavo real y le propinó un fuerte puñetazo que lo llevó abruptamente al piso. La mirada de aquel círculo vicioso que los rodeaba añadía más violencia aún, pero cuando Vin rompió el silencio con una frase tan cortante como los “figos”que todos ocultaban bajo su ropa:  ¨Soy tan hombre como tú” . Acto seguido extendió su mano para ayudar a levantarlo y aquellas respiraciones, que más bien se parecían a extertores de futuros muertos que luchaban por la vida sin saber como, regresaron a otra normalidad. Lo aceptaron sin más.

Algo similar sucedió mientras  trabajaba en las cocinas, pues era común que los que manejaban alimentos, al distribuir la comida, disfrazaran la droga de alguna manera y así se distribuía sin percances ante las narices de los vigilantes.  En medio de tres sicarios, en un cuarto aislado de todo, les dijo: ¨A mí me culparon injustamente por intervenir en un negocio de drogas y estoy pagando por ello, pero no estoy dispuesto ahora a darles la razón a aquellos mentirosos y traidores. Así que no cuenten conmigo¨. Y, lo dejaron ir, sin advertir que las piernas le temblaban y el pulso iba a las millas.

Hubo de pensar y actuar como el preso que era y las imprudencias sobrevinieron, como la de adquirir un celular junto a su amigo ¨Sangre¨ quien, al convertirse en chota, por poco le implica en esos turbios  asuntos. Por suerte una conversación con la esposa de aquél ante algunos guardias que escuchaban, desmintió su implicación en los trasiegos del otro. En la cárcel se daban todos los sentimientos sustitutorios posibles, como la amistad, sin embargo Pito no gastó demasiadas horas en suprimirla. Ni lealtad, ni compasión, se dijo, e hizo de tripas corazón para seguir. Pero nada desaparece, ni se va del todo, por eso aquellos débiles ecos y huidizas reminiscencias surgían como antiguos restos desperdigados, como valiosos testigos de lo que pasó,  simplemente porque a Marion parecían importarle.

Con firmeza y generosidad Pito había soltado los lazos familiares llenos de promesas y arrastres hacia su sino incierto y los sustituyó por una firme resolución que le daba fuerza y vida. Lo tuvo claro: cada parte afectada por el detestable proceso de condena, denigración, lentitud del tiempo, el deterioro físico y mental posibles; Su esposa, sus hijos debían luchar por lo suyo sin la vacilación de sensiblerías.

Mientras iba de cárcel en cárcel federal, amanecía cada día con una mínima apariencia de normalidad, sin temores, pero con esperanzas, había adquirido la convicción de ser un elegido para sobrevivir en semejantes circunstancias de manera digna, sin distribuir culpas para disminuir la suya. Su fortaleza interior era, más que evidente, contagiosa. Así que Marion en su imaginación hizo de él un personaje al que había que retratar en toda su dimensión humana, con todas sus caídas y todas sus resurrecciones.

La vida pasada de su entrenador era ya un hecho histórico de su existencia y no un incómodo postizo en la actual. Se había apeado de cansancios, despechos, decepciones, ausencias, resignaciones… Había logrado desterrar aquel tramo de su vida de manera lenta y gradual, pero su necesidad de hablar era todo lo contrario, veloz. De vez en cuando un espontáneo y rápido beso en el cachete le alertaba de la entrada o salida de los asiduos al gimnasio, entre los que se encontraban policías y exreclusos como él a los que trataba con igual camaradería. Nunca metió a nadie en el mismo bote de aquellos desgraciados policías corruptos que habían sido los responsables de la pena impuesta por el juez.

A veces, la llamada de una chica preciosa, tipo modelo, interrumpía el tiempo que dedicaba a la supervisión de sus ejercicios. Era su hija que había crecido a la par que su degradante experiencia carcelaria “Mi padre tiene una gran historia que contar”, le comentó a Marion. Mantenía una excelente comunicación con sus dos hijos, a los que visitaba con frecuencia en Miami. Además, por una inverosímil conjunción de azares Marion supo que la primera esposa de su instructor y madre de sus dos hijos había sido, mucho tiempo atrás, estudiante de ella.

A Pito la prisión le reiteró en el leitmotiv que había guiado su infancia y juventud, dos épocas tristes en las que desparece el padre y la madre se refugia en la drogas. Ya desde entonces, su fortaleza parecía manar de un versículo de Josué (1.9) : Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas, ni desmayes porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que vayas.

Semejante convencimiento de ser un elegido convencía a Marion de que la retribución de la almas, fortalecidas por las desgracias, es posible, pero ¿quién la consigue – se preguntaba: la confianza en una voz divina, las manos generosas en la rehabilitación, una nueva familia… o la fuerza interior de cada cual…?

Pero Sujeily, la compañera actual de Pito, también llamó su atención para no dar cabida a dudas. Su, apodo de Sujeily, conoció a su instructor en noviembre de 2017, cuando tenía 27 años frente a los 43 de Pito, y mientras éste seguía sometido a un control exhaustivo de su vida, en residencia, trabajo y horario durante todo el día.  Coincidieron en un negocio donde ella era secretaria y el empezaba su primer trabajo. Supo que era un ser invasivo y enredador, por su pasado de don Juan, y también que no era individuo capaz de eternizarse en una conquista.

Lo evadió hasta lo imposible. Tanto su familia como su mente eran tradicionales, pero ella siempre tuvo una pizca de rebeldía por lo que empezó a ¨hacerle la corte a él¨, ya que su libertad todavía estaba muy limitada. Ella era la que lo visitaba en su ¨Media casa¨ donde tenía que contestar a cualquier hora las llamadas de seguimiento de la policía.

Cuando ella se aseguró de que no era una necesidad sexual del momento y que Pito buscaba en ella una mente libre, dispuesta y emprendedora se convirtió en su pareja oficial. Joven, guapa e inteligente llenó su existencia codo a codo con él en un nuevo gimnasio donde buenos amigos le ofrecieron ser gerente.

Ya eran una pareja sólida y encantadora en el momento que Marion los conoció. Entonces, pensó en la vida como un conjunto de verdades inverosímiles que inesperadamente atropellan para revolcar la más intrascendente y vacua realidad cotidiana y, finalmente, cuestionarla. Pito le había mostrado una fisura para colarse en otra realidad más sórdida que existía, como tantas otras, paralela a su vida y Sujeily. por su parte, le reveló una esperanza real y una confianza inudita en otro ser humano.

El lastre del pasado no era tal para ellos, tan sólo una experiencia de dimensiones insospechadas con la que habían tropezado fuertemente, pero sin caerse, ni lastimarse. El apoyo mutuo fue una costumbre desde entonces. Se habían reunido con el objetivo de moldear cuerpos, sí, pero desde el sentido formativo y más humano que los inspiraba a ellos en su propia vida.

A veces una vive liviana, a costa de no ver su alrededor; a costa de no interesarse en él… o de ignorarlo, hasta que se produce un encuentro sorprendente, como éste que la reglaron Pito y Su.


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