Tras las huellas de Fidel Ruiz Hernández: «Don Fillo»

Hay historias e historias. Está la que conocemos como historia oficial, la del procerato y, también, la que la nueva historiografía llama la historia material, la de la gente común. Este artículo pretende acercar al lector a una historia íntima, cotidiana, de ésas que se hacen día a día y que deja huellas que merecen trascender en el tiempo.

Allá por los años 30 del siglo XIX, mientras Aguadilla aún dormitaba entre  cañaverales amargos que volcaban su zafra de caña dulce en la factoría de la Central Coloso,  dos grandes amigos “se confabulaban”, literariamente hablando,  en una insignificante librería que consistía en un solo estante de libros espiritistas y de magia negra, que eran los más solicitados, y otro que albergaba la magia literaria de las llamadas “novelas de la tierra”: La Vorágine, Don Segundo Sombra y Doña Bárbara.  

Manuel Méndez Ballester, el dueño, que más que vender leía todo lo que caía en sus manos, estaba a punto de asistir al parto de La Llamarada (1935), novela de su amigo Enrique Laguerre.  Méndez Ballester vivía su propia exploración literaria con su drama Tiempo Muerto cuando Laguerre se marchaba a Río Piedras a continuar sus estudios en la Universidad de Puerto Rico.  En medio de tales circunstancias, tuvo el privilegio de ser el intermediario para la impresión de La Llamarada.  Más tarde, y bajo su supervisión, se imprimiría la novela de su gran amigo en una pequeña imprenta de Aguadilla, propiedad de un tipógrafo cuyas dotes de innovación y perfeccionismo eran tales que gozaba de gran prestigio en toda la Isla.

¿Quién era este otro personaje que también participó en la hazaña creadora de Enrique Laguerre junto a su amigo Méndez Ballester?… Se trataba de Fidel Ruiz – Don Fillo –, hombre de genuino oficio, paciente y de buen gusto. Nació el 24 de abril de 1878 en Aguadilla. Estudió ingeniería por correspondencia, aunque no la ejerció, y fue educándose de forma autodidacta. Tocaba la mandolina de oído y sus grandes pasiones eran la escultura, la ebanistería –tallaba muebles con detalles al relieve- y la pintura. Sobre esta última su nieta Selenia Gregory recordaba que se sabía el nombre de pinturas importantes, el museo donde se encontraban y hasta el lugar exacto donde se hallaban. En cuanto a la escultura, aún se conserva la fuente esculpida por él frente a la casa que fue de Emma, su única hija, en el Círculo A#60 de Marbella en Aguadilla.

Sin embargo fue en las artes gráficas, fotografía y tipografía donde sus innovaciones lo proyectaron como un hombre adelantado a su época. Creó una técnica para hacer trabajos a color, cuando sólo existían trabajos tipográficos en blanco y negro. Fue el primero en hacer etiquetas para latas y productos a dos colores y recordatorios para bodas y otras actividades en letras doradas, como el recordatorio del nacimiento y bautizo de su hija Emma Victoria, escrito a mano por él. Su experimentación era incesante. Llegó a reproducir fotos a color, en realidad pintadas por el mismo con acuarela, técnica conocida como “iluminar” Así logró la foto de su bella esposa.

Para la confección del primer libro que imprimiría, La Llamarada, procuró preciosos tipos Bodonia, con viñetas para iniciar los capítulos y papel de la mejor calidad, sin brillo, con un tono crema. Cada página se compuso tipo a tipo, en caja. Dispuso correctamente el material para imprimir, de acuerdo con un propósito estético y específico que conllevaba en primer lugar situar las letras, que eran tan diminutas que se colocaban con pinzas, luego el de procurar que estuvieran en orden, repartir el espacio y aplicar la tinta y, finalmente, realizar la impresión.

Ninguno de los involucrados en la salida de esta novela se imaginaba la cantidad de ediciones de que sería objeto con el tiempo. Resulta significativo el dato de que, para la década del 30 del siglo XIX, los libros editados en Puerto Rico eran pocos y nada atractivos. Precisamente por ello Antonio S. Pedreira, Director del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico y uno de los más grandes escritores del país, vertía con insistencia sus opiniones críticas a través de una colaboración en El Mundo que llevaba por título “Aclaraciones y crítica” y sostuvo una campaña a favor de una mejor apariencia de las publicaciones. Por eso, luego de haber leído el manuscrito de La Llamarada, impulsó a Méndez Ballester para que hiciera contacto con su gran amigo Don Fillo. A todo esto, Laguerre no sabía que los primeros capítulos de su obra estaban en tales manos, por lo que no es exagerado afirmar que, si no hubiera sido por Pedreira y Méndez Ballester, la novela nunca se hubiese publicado.

La primera edición de La Llamarada que salió a la luz desde la Tipografía Ruiz apareció colmada de elogios en el periódico pues, además de que la hermosa portada era pintura de Carmelo Filardi, de la Redacción de El Mundo, no tuvo ningún error de imprenta, característica  muy preciada para ese tiempo. Hay que recalcar que, con anterioridad Don Fillo no imprimía libros, sólo los encuadernaba y que la impresión de la novela fue un verdadero favor de amigo.

Don Fillo organizaba los tipos con vistas a prestar al lector la máxima ayuda para la comprensión del texto escrito. Como novedad, el libro no estaba claveteado, sino cosido gracias a un experimento afortunado de Méndez Ballester. En las palabras liminares a la vigésimo quinta edición de la novela, este último escribía con nostalgia:

Recuerdo que la imprenta tenía unos cuatro chibaletes con sus cajas de letras de donde el tipógrafo las iba sacando y colocando, una a una, en el componedor. ¡Madre mía qué paciencia había que tener para levantar un libro de aquella manera!

La revisión de Don Fillo se desplegaba por partida doble: antes de imprimir cada página (letras, espacios…) y, después de impresa, para asegurarse no hubiera ningún “error de imprenta”. Este sumo cuidado fue el que le acarreó gran fama como tipógrafo.

El negocio de Don Fidel era la única imprenta del área donde se realizaba todo trabajo de tipografía, por lo que resultaba un negocio muy lucrativo. Su primera imprenta estaba situada en la calle Marina y más tarde se trasladó a la calle Progreso, hasta que cerró sus puertas.  Dámaso fue su primer empleado y se desempeñó como chofer, ya que nunca aprendió a guiar y era necesario realizar entregas a toda la Isla.

Laguerre constantemente se expresaba conmovido por aquellos tutelajes de amistad y entusiamo que rodearon su primer libro publicado:

Esta primera edición de “La Llamarada” –la mejor que hasta este momento se ha realizado, y lleva ya 35-, es obra de amor de un grupo de amigos y al delicado oficio de don Fillo. No sé si se conserva la pequeña máquina tipográfica en la que se hizo la preciosa edición. (El Vocero, martes 22 de enero de 2002, 37).

Siempre que podía, el escritor daba un cumplido relieve a la participación de don Fillo en el acontecimento inicial de la novela que lo consagró en el panorama literario. La hija de don Fillo, Emma, y su esposo Juan Elías, vieron crecer la estimación del escritor por su amigo al que nunca olvidaba cada vez que los tres pueblos que se lo disputaban, Moca, Aguadilla e Isabela, le honraban con festejos. En cada nueva novela publicada, Laguerre les dedicaba el libro de esta manera: “Con el siempre vivo recuerdo de don Fillo”.

La Emma que figura en las dedicatorias de Laguerre era la única hija del matrimonio de Don Fidel con Doña Valentina. Por eso su primer nieto el Dr. Amaury Capella, muy conocido en San Juan tanto en la cirugía como en la medicina deportiva, llenó con creces esa ausencia pues lo crió como su propio hijo.

Cuando la Masonería aún guardaba su carácter secreto y esotérico, Don Fidel fue Venerable Maestro de la Logia del Sol Naciente de Aguadilla e impactó su entorno social y familiar por su fibra moral. Buscó la justicia para el desvalido y ayudó a muchos.  Sembró en sus empleados un sentido de familia extendida. A uno de ellos llamado Valerio no sólo lo entrenó como tipógrafo, sino que se lo llevó a vivir a su casa donde compartió cuarto con su nieto. Más tarde, le dejó a él la imprenta. Con gran ingenio y entusiasmo hizo del trabajo el legado más preclaro para su familia, en especial para Amaury, el nieto que fue criado por él.

A través de los relatos de su abuelo, recuerda este nieto la amistad que mantenía Don Fidel con personajes de la época, como el poeta José de Diego. Vagamente le viene a la memoria como su abuelo puso música a un poema inédito del insigne poeta aguadillano titulado “A María”. Quién sabe –comentaba a Selenia, su hermana- si, bajo este nombre, volvía a encubrir el nombre verdadero de su gran amor Carmita Echevarría, a quien llama Laura en su famoso poema “A Laura”, pues la novela romántica del escritor colombiano Jorge Isaacs titulada María , muy comentada entonces, era al igual que la de José de Diego la historia de un amor prohibido.

Muestra de su talante liberal era la compañía de otros contertulios como Pete Peters, Oficial de la Marina destacado en la Base Ramey, el Padre Gorostiza, párroco de la Iglesia Católica y el Pastor de la Iglesia Presbiteriana Santiago Cabrera. Con ellos discutía temas de actualidad, nunca de religión, pues Don Fillo era agnóstico.

Una de las anécdotas en la vida de Don Fillo data de la época de los temblores para el año 1918. Su esposa había colocado una palangana de porcelana sobre un escaparate y debajo de ésta un cajón. Cuando ocurrió el temblor el agua caía al suelo y ocasionaba un gran ruido. Al ver el agua correr, creyó que el mar se había salido y empezó a gritar” Corran sálvese el que pueda que nos ahogamos.”

Era un hombre culto e inteligente que leía mucho, muy callado y enemigo del exibicionismo, características de su personalidad que aparecen en el libro Los hijos ilustres de Aguadilla, de Néstor Rodríguez Escudero. Además,  según  el Lcdo. Israel Roldán Blas, quien llegó a dirigir la imprenta de Don Fillo, la singularidad de este personaje que vestía siempre de impecable gabán y sombrero, radicaba en ser “uno de los hombres de más colorido y actividad de la bien querida y romántica Aguadilla de mejores tiempos”.

Don Fillo impactó de manera ejemplar y diversa la sociedad de su época. Fue fundador y dueño del periódico aguadillano Fiat Lux y contribuyó de manera sobresaliente con la impresión tipógráfica de la primera edición del primer libro de Laguerre que puso a Puerto Rico en el contexto de la Literatura Latinoamericana, La Llamarada. No imprimió ningún otro libro debido a las dimensiones del trabajo y los esfuerzos correspondientes de los que ya se ha dado cuenta anteriormente, con excepción de un compendio titulado Las mujeres de la Biblia, tema que llegó a fascinarle, pero no quiso que tuviera más trascendencia que la del entorno familiar y de sus amistades. De hecho, el libro carece de datos autorales, no tiene forma de reconocer autor, ni fecha de publicación. Cualquiera se lo podría atribuir fácilmente.

Falleció el 14 de febrero de 1965 y está sepultado en Aguadilla, cerca de la familia que tanto amó. Un año después falleció su esposa, doña Valentina Polanco González, dama culta y líder cívica que llegó a protagonizar obras de teatro universitario junto a Manuel Méndez Ballester.

Una guillotina gigante que cortaba cientos de papeles en su tipografía se conserva en un museo de Moca como testigo nostálgico del pasado aquí descrito. Lástima que no se conserve su casa, pues tanto la fachada, los balaustres que adornan el balcón y los que están en la verja los hizo él. También fueron obra suya los gabinetes de la casa y los muebles.

Por fortuna, la fuente que fue esculpida completamente por él y hasta el mismo buscó el material para prepararla fue trasladada a la casa de sus hijos cuando construyeron su vivienda en Marbella. Aún está frente a la casa que fue de ellos, en el círculo A#60.

Solía decir Laguerre que a la historia hay que ponerle levadura para que se salga de los datos escuetos, de fechas y sucesos para que se asocie con la gente, con la vida, que no cesa de fluir. Este artículo va en pos de tal anhelo.

Bibliografía mínima

Laguerre, Enrique A. “A mis compueblanos”. El Mundo (Opinión). . Sábado 2 de enero de 1984, 9-A.

______________“Manuel Méndez Ballester”. El Vocero (Comentario. Martes 22 d enero de 2002, 37.

______________“Carta a Emma R. de Capella”. 24 de enero de 1984.
Méndez Saavedra, Miguel. “Sé que voy a morir”. El Nuevo Día (Perspectiva). Sábado 2 de febrero de 2002, 104

Roldán Blas, Israel. “Un hombre necesario: Don Fidel Ruiz”. El Vocero, 18 de junio de 1983, s/p.

Rivera Méndez, Ana L. “Don Fillo, estampa aguadillana”. Entrevista a Selenia Gregory. 3 de diciembre de 2013. Aguadilla.


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