Un modo de ver el mundo y estar en él

Murosdesombra

Apuntes biográficos sobre el libro Muros de sombra: El cáncer, los demás y yo de Carmen Cazurro.

La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara.

-Susan Sontag

Hay acontecimientos en la vida que nos marcan indefectiblemente; la enfermedad es uno de ellos.  Quizá más, cuando ésta responde al nombre de cáncer, pues tan sólo el poder evocador de la palabra provoca que el enfrentamiento con nuestros temores más ocultos se torne inaplazable.  Entonces, es que asistimos a un diálogo inusual entre nuestro cuerpo y nuestra alma.  Alcanzamos, por así decirlo, un estado de verdad difícil de explicar: mientras nuestros pies se posan en otro suelo irreal producto de fuertes depresiones, nuestra mente se agudiza buscando interpretar los significados de la vida tal como se nos ofrece.  Gozamos de un tiempo detenido para nosotros y llegamos a disfrutar de la morosidad de nuestros pensamientos, casi los paladeamos hasta llegar a extasiarnos en el dolor como en una vía purgativa o un vía crucis inevitable que son, para mí, dos formas simbólicas de enfrentarse a la quimioterapia.

Cuando el tema de un libro lo da la vida, como en este caso, nos fotografiamos sin quererlo en nuestro ser más auténtico, sin adorno alguno, entre nuestras circunstancias personales.  Por eso, este libro no constituye una metáfora optimista de la existencia.  Su contenido es un cúmulo de sensaciones, exacerbadas por el dolor, la pena y la ausencia de seres queridos, que hablan de un ser humano hincando su  propia bandera en aventuras desconocidas hasta cierto momento de su vida, aventuras riesgosas como la amputación radical de una parte del cuerpo, la inundación de todos tus órganos por químicos violentos, seguida por una terapia de radiación; pero, mucho más que eso, la emoción de asistir a un renacer desde la amargura y adquirir en un santiamén la pesadumbre de un destino fatal, pues en la mentalidad de todos, seamos honestos, el cáncer es una sentencia de muerte.

En la soledad se produce un cierto proceso de infatuación, parecido al espejismo del desierto: tus sentidos ven, tocan, huelen, gustan y escuchan en espacios insospechados antes.  Por ejemplo, basta que una mosca se pose en un vaso frente a nuestros ojos y mueva sus patitas delicadamente para que el insecto cobre vida ¿qué hace, qué le pasa, a dónde va….? Nuestra mente se torna retorcidamente kafkiana, todo pasa por ella como una metamorfosis rabiosa y singular, cuya interpretación resulta torturante.

Los muros de sombra a los que poéticamente alude el título del libro son, pues, las paredes de la cárcel donde se encerró mi ánimo, cuando me diagnosticaron cáncer.  Deliberadamente los fui construyendo yo misma porque me agobiaban las percepciones aciagas que me rodeaban.  Todo parecía un crespón de duelo a mi alrededor: las caras, los gestos, los silencios, las palabras de amistades y conocidos.  Muy segura de que no podría aguantar el peso añadido de la pena de mis progenitores sobre la mía, decidí mantenerlos al margen y convertir, como por arte de magia, mi espacio ideal con ellos en un recinto sagrado, saludable, feliz y sonriente pero, sobre todo, esperanzador.  Mi premio, al final de mi carrera de obstáculos, serían ellos.

Muros de sombra carga dentro de sí toda la intención de testimoniar una de las posibles maneras de enfrentarse al cáncer.  La que yo elegí fue íntimamente mía; traté de vivir hacia adentro, en las moradas de mi cuerpo, donde deseaba encontrar a mi inesperado enemigo y hacer las paces con él.  ¡Qué se quede en mi cuerpo, pero sin hacer ruido!- grité calladamente muchas veces.  Sólo después de superar con éxito semejante convivencia me instalé en el exterior, en el reino de los sanos. Y es que, así como el cáncer no se manifiesta de la misma forma en las personas que lo padecen, éstas eligen su modo de enfrentarlo, solas o en grupo; en la rebeldía del rechazo o en la paz de la aceptación.

Una cosa es segura, nadie puede vivir la enfermedad de otro. Tarde o temprano hay que dar  la cara al huésped indeseado.  Yo preferí que fuera temprano, como correspondía a mi fuerte carácter. Por eso hoy, cuando alguien se acerca con una situación semejante en busca de orientación, le advierto que ningún caso es igual; que lo más digno que podemos hacer es decidir la manera en que vamos a sobrellevarlo. El subtítulo “El cáncer, los demás y yo” explica esto, pues hace referencia no sólo a la vertiente patológica, diagnóstico y tratamiento del cáncer, sino a la sociológica, familia, médicos, amigos, pareja  (los demás) y, también,  a la psicológica o espiritualista (yo).

El libro puede verse de múltiples formas y, en este sentido sienta una diferencia respecto a lo que se ha escrito en torno al tema.  Quien desee la verdad desnuda puede leer la primera parte escrita en forma de diario. De ella les anticipo estos fragmentos delatores de una gran angustia existencial entre la intimación y la búsqueda instintiva del color de la vida:

…yo puedo atestiguar que hay un momento en que los enfermos se quedan a solas con Dios, y el médico se encarga de la presentacion protocolar.  Evidentemente, el mío debió de dialogar estrechamente con Él, porque en una semana de cuidado y atenciones salí del hospital (Isla verde, flor cautiva, 43).

Soy como las pinturas egipcias, quien me quiera ver niña que acuda a este perfil izquierdo; quien me quiera ver mujer, que acuda al derecho- le digo a mi médico alardeando de una resignación que no tengo.  Mi herida parece un mapa topográfico: morado intenso para la dura montaña que domina el valle blanco de espadrapos accidentados por las púas rebeldes de los puntos. Como quien dice “tentación prohibida” (Isla verde, flor cautiva, 44).

Visito el área donde administran la quimio.  Son varias habitaciones con amplios sillones de descanso.  Todas están a rebosar. Me fijo en el color de las pacientes, en las calvicies forzadas, en el desaliento vital de muchos y en las conversaciones de recíproco apoyo donde la tragedia se convierte con gran facilidad en pura anécdota (En las entrañas del dolor,  81).

¡Cómo ha cambiado tanto mi vida…  Ni una ilusión, Dios mío sólo la voluntad de no desfallecer ante la incertidumbre diaria de cómo va a ser mañana¡ (Cada noche dejamos de ser, 115).

Quien prefiera alquimizar el dolor y convertirlo en juego y fantasía, comprenderá los dos cuentos que contiene el libro.  En Llorar ausencias, relato a dos voces, como una mujer le cuenta a su amiga la pasada alegría en medio del dolor, es una especie de Nessum magior dolore, poema exquisito de Manuel Machado.  Pienso que es un buen retrato de la huída del amor. Una mujer narra un día de la vida de su amiga, paciente de cáncer ¡Qué día más triste era aquél.  Llovían los sentimientos….  Se iban por las alcantarillas como cualquier porquería (155), nos dice. En la narración se cuelan ingeniosamente los recuerdos de la amiga, quien los cuenta en primera persona para diferenciarlos de la voz narrativa que adopta la tercera persona y se hace presente al final.

Pero, si  Llorar ausencias utiliza como técnica el juego de dos voces que nos permite dar saltos en el tiempo e incluso observar la ruptura de fronteras entre el cuento y el ensayo, el segundo cuento titulado El otro goce apela al nivel imaginativo del erotismo, el mito y el símbolo.  La quimioterapia aquí se convierte en un periodo de prórroga inusual, perpetua, para el sentimiento amoroso personificado en un poeta. Los ecos de la poesía de Jaime Sabines prestan su atmósfera al cuento

Por último, quien interese buscar respuestas a las interrogantes que carga toda enfermedad sobre el amor, la familia, Dios, el trabajo, la patria, el país donde se vive , puede leer las poesías recogidas bajo el título “Los huertos del recuerdo”de donde extraigo el siguiente poema titulado “El otro lenguaje”:

Con el cuerpo, a veces,

Deletreamos más hondo las palabras.

Es que las suspiramos.

A veces, con el cuerpo

decimos secretos que ofenden

las propias palabras.

Es que las vivimos.

Con el cuerpo,

si hemos sentido la muerte,

enviamos claros mensajes del alma

comparables a las más sublimes

palabras de un poeta.

Es que las amamos.

Se pueden apreciar en estas páginas ciertas teorizaciones muy extendidas sobre el cáncer y, al mismo tiempo, una ruptura con ellas.  Me refiero, por ejemplo, a la sicologización de la enfermedad.  Se ha relacionado el cáncer con las emociones depresivas, los traumas del pasado, las pérdidas, las insatisfacciones, en fin… , cuando todas estas características, desde mi punto de vista son propias de la condición humana, es decir de todas las personas, aunque no padezcan cáncer.  Es más, hay personas que sin un diagnóstico tan preclaro como el mío, son personas enfermas para sí y para los demás, su padecimiento es del alma.  Andan por la calle pululando, muchas de ellas son gente culta, preparada profesionalmente, pero el celo y la envidia, característicos de su pasividad las carcomen, las invaden en un tipo de enfermedad del espíritu.

Doy cuenta de esta humanidad sin piel de gente en algún rincón del libro, pues los enfermos del alma no perdonan a los que poseen las cualidades que ellos no tienen: carácter, dinamismo, autosuficiencia, amor propio, respeto por el prójimo y sus ejecutorias más límpias.  Denuncio, aunque veladamente, la falta de tacto de este tipo de personas que, sin lugar a dudas se complacerían en una posición falsamente piadosa, si lo que encontraran ante sí fuera llanto, debilidad o pedido de ayuda.

Otra teorización sobre la estructura emocional del canceroso supone la presencia de tres períodos configurativos que delatan una personalidad específica del enfermo de cáncer: en primer lugar, una infancia y una adolescencia marcadas por sentimientos de aislamiento; en segundo, la pérdida de la relación amorosa profunda hallada en la edad adulta y, finalmente, la subsiguiente convicción de que la vida ya no puede deparar esperanzas.  Desde luego, la insinuada relación, áspera y distante, de la protagonista con la abuela materna durante su niñez pudiera interpretarse como respuesta a esa primera etapa configurativa que he señalado; por otro lado, la pérdida de la pareja que se anticipa casi proféticamente: “Serás mi ruina levantada hasta el cielo” guarda relación con el segundo supuesto; incluso el epílogo “La vida va siempre en borrador” puede sugerir la tercera faceta desesperanzadora que parece adornar la personalidad del canceroso.  Sin embargo, el deseo de reconciliación entre alma y espíritu, atmósfera que unifica las tres partes del libro y se cuela tanto en la realidad como en la fantasía de la protagonista, habla de un ser que no sólo tiene fe en sus capacidades y posibilidades, sino que incluso se atreve a dialogar lúdicamente con el cáncer, transformando su tratamiento en un acto eróticamente trastocado.  Debo confesarles que yo no creo en el cáncer como expresión del yo, del carácter de mi yo. Verlo así sería como un castigo. En otras palabras, no me considero responsable por mi propia enfermedad

En nuestra sociedad actual el cáncer no es una enfermedad decorativa, ni lírica, me refiero a que no se puede estetizar a semejanza de lo que hicieron los románticos con la tuberculosis a finales del siglo XIX.  Sin embargo, mi libro propone todo lo contrario: el cáncer encuentra en la imaginación caminos insospechados, exacerba la memoria y los sentidos, por más que el común de los mortales insista en hermanarlo con la muerte del deseo, es decir con la muerte en vida.  Otra “verdad” muy extendida es que el cáncer no es propio de personalidades románticas y melancólicas, más bien de personalidades deprimidas, pero ¿acaso la depresión no es parte de la condición humana en general?  La depresión no es otra cosa que la misma melancolía desprovista de sus encantos que ya en la Edad Media se conocía como acedia o acidia.  Desafortunadamente, hay toda una teoría por parte de los investigadores modernos que apoya las causas emocionales del cáncer y, al hacerlo, sitúa en el propio paciente la responsabilidad fundamental de su recuperación.  Me parece demasiado punitivo cargar con esta responsabilidad.  Más bien, creo que todas las teorizaciones que atribuyen la enfermedad al estado de ánimo del paciente y su cura a la mera fuerza de voluntad son síntoma de que falta mucho aún para conocer su patología.  Falta mucho todavía para el progreso en la comprensión de los orígenes del cáncer. El descubrimiento de células madre cancerosas va a obligar a un profundo cambio en la investigación del cáncer.  Quizá, por ello, hay que reconocer que nuestra época es propensa a explicaciones psicológicas, al fin de cuentas la fuerza persuasiva de la psicología proviene de sers una forma sublimada de espiritualismo. Pero, insisto, a quien se le explica que, sin quererlo, ha causado su propia enfermedad se le está haciendo sentir que bien merecido lo tiene. Yo creo que el cáncer es una realidad ineluctiblemente material.  No sé si, a consecuencia de este convencimiento, me resistí tantas veces a los consejos de aquella conocida que insistía en que todos los días reconociera ante el espejo, y a viva voz por cierto: “No estoy enferma”.  Este exorcismo oral a mí no me iba.

En el cáncer es el tumor el que tiene la energía de proliferar caóticamente destruyendo las células sanas, mientras nosotros nos quedamos sin ellas, incluso la quimioterapia fomenta esta falta de energía, sentimos un apagón intenso en nuestra vitalidad; nuestros sentimientos quedan prácticamente anestesiados. Hay que luchar entonces con la pena que afloran tan pronto comparamos lo que hasta el momento hemos sido, con lo que somos; también con esa visión propia de la amargura que tiñe nuestros temperamentos, antes alegres y vivaces.

La sociedad juega tristemente con las metáforas del cáncer, mientras nosotros, los pacientes, nos sonreímos humanamente, sabiéndonos poseedores no ya del símbolo sino de la realidad. Que nos digan que estamos invadidos y que hay que contratacar al enemigo con la quimioterapia; que escuchemos en son de broma que el tratamiento es peor que la enfermedad; que las películas de ciencia ficción nos hagan pensar más de lo debido en que somos como una especie de mutantes; que eso de tumores malignos, nos sepa a posesión demoniaca, entre otras cosas, lo que hace es sugerir que existe un profundo desequilibrio entre el individuo y la sociedad, dentro del cual nosotros somos unos de los mejores conejillos de India, aunque hay que reconocer que a los enfermos de SIDA les va peor.

Sería bueno recordar que al nacer, como afirma Susan Sontag, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y que, aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.

Pienso -así concluye mi libro- que la vida es un gran borrador que constantemente pasamos en limpio, sobre todo, cuando pasamos una año debajo de la tierra como la cigarra de la canción de Maria Elena Walsh. Yo confieso que nunca lo logro del todo, pero, en el intento de mi propia edición, vivo -han pasado seis años ya desde el encuentro con el cáncer lo cual me convierte en una bandera de esperanza alentadora para muchos, un don para mí inesperado pero que acepto responsablemente.

Salud amigos y una abrazo del alma para todos, mujeres y hombres –que suelen ser más callados, desde esta populosa y poco conocida ciudadela del dolor en la que yo habito ya familiarmente.


Mujeres sin Edén

Mujeresineden

Prólogo del libro:

Escribir es defender la soledad en que se está; es una acciόn que sόlo brota desde una aislamiento afectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas. Entre estas palabras de María Zambrano, autora del ensayo Hacia un saber sobre el alma, y los relatos que siguen hay un paralelismo. La lejanía del amor, por más cerca que esté, su no concreciόn en “otro”, es lo que nos permite relacionar las voces femeninas que emergen de estas páginas – ella, tú y yo- y  descubrir interesantes relaciones entre ellas.

En general, y quizá ésta es la nota predominante, la voluntad de introspecciόn domina a todos los personajes centrales (amas de casa, mujeres casadas, mujeres sin pareja, intelectuales, extranjeras, estudiantes maduras…) de ahí el tono, entre el asombro y la impasibilidad ante las continuas contradicciones que les muestra la vida. Las vidas de las mujeres de estos relatos están dominadas por la soledad y el vacío que siempre conlleva la falta de comunicaciόn de los anhelos más íntimos. En realidad, la mayoría son historias acerca de cómo las personas pueden iniciar relaciones amorosas por algunas inesperadas circunstancias y la imposibilidad de establecer un vínculo afectivo definitivo, incluso cuando todo parezca  favorecerlo. También, se exploran los silencios femeninos en las relaciones humanas polarizantes.

El muestrario femenino es vasto…

Mujeres que observan meditativamente los estragos del amor y los sufren como una verdadera enfermedad. En Llorar ausencias el amor no es metafóricamente un cáncer, sino que convive realmente con la enfermedad desandándose por el camino del temor y la debilidad del ser amado ante el dolor o la cercanía de la muerte. Además de la mutilación física, asistimos a la automutilación emocional; es un queriendo sin querer, para no abrazar más, para no correr más en pos de amores ridículos escamoteados por la pasiόn. La voluntad es la cura, la erradicación de ambos males: la enfermedad y la pasión.

Mujeres en un entorno hostil, profesional o social que, unas veces, lejos de hundirlas, exacerban sus sentidos, su espiritualidad, para llegar a conclusiones sobre la condiciόn humana femenina, tan propensa a la copia, el chisme, la envidia y la hipocresía; pero otras, las asume sufridamente en medio de una vorágine adaptativa, masificadora.  El intruso ilustra el primer caso, tiene algo de cuento oriental por su alma de fábula, mientras que Balada de la vida breve más bien parece una estampa costumbrista y una metáfora capaz de desnudar ciertos aspectos idiosincrásicos de un país reconocible.

Mujeres debatiéndose entre culturas diferentes tratando de entender infructuosamente las diferencias y de explicar su propia existencia. La fiesta y Carmen, la juglaresa son dos relatos que nos acercan a mujeres que viven lejos de su lugar de origen y se envuelven en tareas vanas, como la de captar la forma de pensar del hombre, lo cual no hace sino exacerbar y develar las diferencias culturales, más destructivas que constructivas en ambos cuentos.

Mujeres que buscan en su soledad o en los libros espejos inusitados. Loneliness es un  relato donde la mujer emerge de su soledad con verdadera conciencia de que convive con ella. En Mundo a solas la mujer – libro se instala en el nivel erótico del hombre-página. Su grito desaforado ¡Léeme! equivale al clímax de cualquier relación amorosa.

El erotismo femenino se explora desde la sordidez del dolor en El otro goce en una insinuante relación de tres; desde el mundo cortés medieval con el relato Carmen, la juglaresa, o desde la des-inhibidora naturaleza tropical, como en La puesta de sol. En todos estos cuentos el deseo resulta más privilegiado que el amor.

Mujeres que tardíamente rompen episodios tristes de violencia sicolόgica, como la protagonista de El  epitafio.

Mujeres que encuentran en simples animales la ternura que otros seres le niegan como la madre de Un compañero irrepetible.

El título del conjunto Mujeres sin Edén está íntimamente relacionado con el final del cuento La puesta de sol (Andros), donde la voz narrativa sorprende a su personaje escribiendo en un diario: “Andros, somos los expulsados del Jardín y estamos condenados a inventarlo… delante de nosotros está el mundo.” De forma que los hombres que aparecen en el trasfondo del libro, Andros, Marcos, Yamán… -algunos con rasgos de intelectuales o poetas- son el “otro” necesario al imaginario femenino para acercarse al mítico Edén.

El lector decidirá si él, ella o los dos imposibilitan su disfrute.

Estos relatos rompen las fronteras entre el cuento, el ensayo y la poesía.

Mujeressineden3 Mujeressineden4Mujeressineden2


Mirando desde lejos

Mirando desde lejos: Usos, modos y maneras  de la educación de la postguerra civil española

Después de 43 años residiendo en Puerto Rico, una de las satisfaciones más grandes de mi vida fue volver en junio de 2010 al Instituto donde estudié integramente mi Bachillerato Elemental y Superior en Letras (1959-1966) y reencontrarme con mis antiguas compañeras.

Aunque se trataba del mismo edificio, identificado como entonces, con el nombre de Instituto Zorrilla, había sufrido un cambio transcendental. Ya no albergaba como antaño al Núnez de Arce con el que había compartido todo, menos la administración y los profesores.  Tampoco mantenía aquella división entre chicos en regimen matutino (el Zorrilla) y chicas en regimen vespertino (el Núñez de Arce) que tanto retrasó nuestro gozo vital, pero que tuvo cierto encanto, en su momento. Regresaba para presentar el libro que escribí sobre mi abuelo, Antonio García Quintana, alcalde republican y por lo tanto “rojo” vencido” en el argot de la Guerra civil. Lo hacía en el mismo paraninfo donde ofrecí el primer discurso de mi vida a los 15 años, bajo el regimen franquista, es decir de los “azules” victoriosos. Así que fue inevitable volver a pasar por el corazón todo lo que me llevó a aquel preciso momento, tan transcendental en mi vida.

Algunas tardes grises de invierno era inevitable sufrir los bolazos de nieve que nos dirigían los chicos parapetados en los árboles de la plazoleta.  Ya, dentro de la seguridad del salón de clases, nos esperaban otro tipo de mensajes menos agresivos y más provocativos grabados en la madera de aquellos pupitres largos y continuados.  Prohibición, misterio, pecado envolvían sin duda las acciones más elementales, como la de regresar a casa por las oscuras calles que ofrecían a la imaginación tantas sombras, cargadas de oscuras intenciones, desde los portales de la calle. Pero, la paz de la capilla compensaba los desasosiegos.

El espíritu meditativo se completaba con La Historia Sagrada, recuerdo que en una ocasión D. Gregorio casi me puso un tapabocas de tanta verborrea apasionada sobre el santo Job.  Sin embargo nada hubo comparable a aquel momento de duro silencio que sucedió al pase de lista: “María del Carmen, Maria Elena…¡República!… Haga usted el favor de que le añadan el María en el Registro de Nacimientos”. Otro estilo diferente, por aquello del amor al prójimo, era el de D. Anastasio quien nos acercó al mundo necesitado de los gitanos. Como no comprender que llegara a la clase con su sotana llena de polvo y de paja, impregnada de olor a humo.  El regimen del dictador, Generalísimo Franco, pretendió ser católico, apostólico y romano. Sus exageraciones en este sentido lo llevaron a viajar acompañado del brazo incorrupto de Santa Teresa.

Practicábamos deportes, cuando el tiempo lo permitía en un patio exterior, árido como el peor campo de Castilla. Sin embargo, era en los amplios pasillos interiores donde se deasarrollaban las clases de gimnasia rítmica con Ana Ozores, una mujer cuyo cuerpo perfecto culminaba en un moño que la hacía parecer aún más esbelta y cinematográfica. Encarnaba el aire triunfal de la Sección Femenina, brazo femenino del único partido existente, el de los “azulkes” conocido como La Falange. A pesar de los odiosos bombachos azul marino que despistaban a cualquiera de nuestras incipientes formas de mujer, algunas sobresalíamos por tener piernas largas y brazos de niñas acróbatas. Por eso, llegué a ser la primera de la tabla, dirigiendo con mis movimientos los del  resto del grupo. Hasta que, durante una exhibición ginmástica en las Piscinas Samoa, la profesora me gritó: “Cazurro a la izquierda” y creí morirme por el eco tan duro de aquellas palabras.

La clase de labores se ofrecía ya anochecido, pero no importaba, tenía algo de paz endulzada. Empezábamos con un largo pedazo de tela que se iba encogiendo conforme realizabamos líneas de vainicas, dobladillos, bodoques, ojales, así hasta conseguir un verdadero muestrario de habilidades con la aguja. La clase de Formación del espíritu nacional proyectaba toda una sensibilidad lacrimógena, pues nuestra profesora lloraba cuando hablaba de la Guerra Civil y de personajes punteros como Onésimo Redondo.

Nuestros Estudios de Bachillerato se reflejaban en un libro de calificación escolar como lo disponía el Ministerio de Educación Nacional. Sus portadas duras color granate custodiaban fotos, calificaciones, matrículas de honor, resultados de dos exámenes de reválida, la de 4to. y la de 6to. año y la calificación obtenida en el curso preuniversitario.  Entrar al Instituto supuso un salto mortal para mí. Pero Don José Estefanía, amante de pasearse por los pasillos y observar a fondo a las estudiantes, me encontró en aquel primer año de tanteos, sentada en uno de los bancos y me acarició sin decirme palabra. Tampoco olvido el semblante agardecido de don Marcelino, profesor de Geografía, cuando me sorprendió solicitando silencio, dedos en boca, a las compañeras en una de sus entradas triunfales al salón. Comencé a intuír gracias a ellos la importancia del mundo de los gestos y , sobre todo de la disciplina y el orden que permeaban cualquier ambiente como característica acusada del regimen dictatorial.

Los afectos que iban generando en mí los profesores compensaban el temor respetuoso que me dominaba, y pronto commencé a disfrutar de cursos como Gramática con don Lucas Calvo, quien regla a regla gramatical, nos conminaba a apuntarlas en una minúscula libreta que debíamos portar en nuestros bolsillos, por si las dudas y  Dibujo con  D. Fidel. Este último ofrecía su clase en un aula inmensa, llena de luminosidad.  La reproducción de cabezas de caballos, columnas griegas, frisos y otros elementos del Partenón me inculcaron un gusto por la estética clásico que luego D. Jesús Lérida ampliaría, gracias a su personalidad pedagógica  única. Lo primero que aprendí de él fue que lo normal puede pasar a ser extraordinario y había que estar preparada. Solía entrar en las clases de Gramática sin previo aviso y elegir con el dedo a cuatro o cinco chicas que, inmediatamente y manos atrás se disponían a un examen oral inusual: “dígame usted la tercera persona del plural del pretérito anterior del verbo caminar” o “a qué conjugación, tiempo, voz, número y persona pertenece fuéramos”. Y estábamos listas para contestar.  Ya, como profesor de Griego, nos enseñó a traducir paso a paso la Odisea. Su explicación, poderosa desde cualquier ángulo didáctico relacionado que hubiera que enfocar, tenía el efecto de romper las paredes del salón. Era un lujo su voz a media tarde porque iluminaba nuestro pequeño mundo y colmaba nuestra urgencia de hacer creíbles aquellas míticas quimeras. Las tardes se hacían breves mientras sentía nacía el placer de mi primera gran admiración, más allá de mis padres.

La sonrisa de cielo y los ademanes parisinos de nuestra profesora de francés Mª Jesús Fernández de los Ríos nos guiaron por Montmartre, el Louvre y los  castillos del Loira como en  una feria de emociones expresivas. María Jesús Gaite, fue desempolvando también nuestro provincianismo con su clase de Historia.

Villalobos me acercó a Julio César en  “De Bello Gallico”, historia de sus batallas. En el gran general romano, encontré al estratega que encarnaba  la capacidad de lucha y el deseo de conquista, la fama  ganada,  que a mí me apasionaban.   Las obras clásicas, gracias a los inusuales profesores que me iniciaron en su traducción al español, soliviantaron mi espíritu.  Eso de tener como modelos de vida a dos figuras épicas, varones para colmo, no se podía entender en mi entorno. Se esperaba de mí que soñara con ser Sigrid la compañera del Capitán Trueno, el héroe nórdico de las revistas juveniles o con cualquiera damita de cuentos de hadas. Yo era parte, sin saberlo aún, de la disidencia femenina que andando el tiempo se convertiría en feminismo.

Precisamente cuando la sistematicidad de estudios y la perseverancia  iba siendo substituidas por la vocación y el sentido crítico, mi profesora de Literatura Doña Manuela Pita, que siempre tachaba despiadadamente con tinta roja mis pretendidas originalidades, me encargó aquel mensaje que me vi obligada a escribir como única alumna que había culminado íntegramente su Bachillerato en Letras en el Instituto Nuñez de Arce de Valladolid. Inadvertidamente dejé olvidado en mi bolso aquel escrito subrayado y corregido hasta la saciedad por ella  y no tuve más remedio que improvisar ante la inmensidad de aquel paraninfo repleto de profesores y estudiantes. Al día siguiente, mi profesor de Latín, Villalobos, periodista también,  reseñaba el mensaje en los periódicos locales por su originalidad,  dinamismo y amenidad.    A partir de ahí el amor por las palabras le pudo a mi timidez y marcó mi futuro como escritora.

Desde luego vivímos muy en serio la Educación Superior, previa a la Universidad. Superamos dos reválidas y decidimos prontamente nuestra vocación: Ciencias o Letras. Ya no existe este sistema tan espartano y a la vez tan complete y abarcador. Por eso aquel Núñez de Arce de la Plaza San Pablo de Valladolid siempre será el lugar donde quedarse con una cierta quietud para encontrarse con la legitimidad de aquella primera formación.

Mirando desde lejos: Usos, modos y maneras  de la educación de la postguerra civil española

Dra. Carmen Cazurro García de Quintana

Catedrática Universidad de Puerto Rico

Después de 43 años residiendo en Puerto Rico, una de las satisfaciones más grandes de mi vida fue volver en junio de 2010 al Instituto donde estudié integramente mi Bachillerato Elemental y Superior en Letras (1959-1966) y reencontrarme con mis antiguas compañeras.

Aunque se trataba del mismo edificio, identificado como entonces, con el nombre de Instituto Zorrilla, había sufrido un cambio transcendental. Ya no albergaba como antaño al Núnez de Arce con el que había compartido todo, menos la administración y los profesores.  Tampoco mantenía aquella división entre chicos en regimen matutino (el Zorrilla) y chicas en regimen vespertino (el Núñez de Arce) que tanto retrasó nuestro gozo vital, pero que tuvo cierto encanto, en su momento. Regresaba para presentar el libro que escribí sobre mi abuelo, Antonio García Quintana, alcalde republican y por lo tanto “rojo” vencido” en el argot de la Guerra civil. Lo hacía en el mismo paraninfo donde ofrecí el primer discurso de mi vida a los 15 años, bajo el regimen franquista, es decir de los “azules” victoriosos. Así que fue inevitable volver a pasar por el corazón todo lo que me llevó a aquel preciso momento, tan transcendental en mi vida.

Algunas tardes grises de invierno era inevitable sufrir los bolazos de nieve que nos dirigían los chicos parapetados en los árboles de la plazoleta.  Ya, dentro de la seguridad del salón de clases, nos esperaban otro tipo de mensajes menos agresivos y más provocativos grabados en la madera de aquellos pupitres largos y continuados.  Prohibición, misterio, pecado envolvían sin duda las acciones más elementales, como la de regresar a casa por las oscuras calles que ofrecían a la imaginación tantas sombras, cargadas de oscuras intenciones, desde los portales de la calle. Pero, la paz de la capilla compensaba los desasosiegos.

El espíritu meditativo se completaba con La Historia Sagrada, recuerdo que en una ocasión D. Gregorio casi me puso un tapabocas de tanta verborrea apasionada sobre el santo Job.  Sin embargo nada hubo comparable a aquel momento de duro silencio que sucedió al pase de lista: “María del Carmen, Maria Elena…¡República!… Haga usted el favor de que le añadan el María en el Registro de Nacimientos”. Otro estilo diferente, por aquello del amor al prójimo, era el de D. Anastasio quien nos acercó al mundo necesitado de los gitanos. Como no comprender que llegara a la clase con su sotana llena de polvo y de paja, impregnada de olor a humo.  El regimen del dictador, Generalísimo Franco, pretendió ser católico, apostólico y romano. Sus exageraciones en este sentido lo llevaron a viajar acompañado del brazo incorrupto de Santa Teresa.

Practicábamos deportes, cuando el tiempo lo permitía en un patio exterior, árido como el peor campo de Castilla. Sin embargo, era en los amplios pasillos interiores donde se deasarrollaban las clases de gimnasia rítmica con Ana Ozores, una mujer cuyo cuerpo perfecto culminaba en un moño que la hacía parecer aún más esbelta y cinematográfica. Encarnaba el aire triunfal de la Sección Femenina, brazo femenino del único partido existente, el de los “azulkes” conocido como La Falange. A pesar de los odiosos bombachos azul marino que despistaban a cualquiera de nuestras incipientes formas de mujer, algunas sobresalíamos por tener piernas largas y brazos de niñas acróbatas. Por eso, llegué a ser la primera de la tabla, dirigiendo con mis movimientos los del  resto del grupo. Hasta que, durante una exhibición ginmástica en las Piscinas Samoa, la profesora me gritó: “Cazurro a la izquierda” y creí morirme por el eco tan duro de aquellas palabras.

La clase de labores se ofrecía ya anochecido, pero no importaba, tenía algo de paz endulzada. Empezábamos con un largo pedazo de tela que se iba encogiendo conforme realizabamos líneas de vainicas, dobladillos, bodoques, ojales, así hasta conseguir un verdadero muestrario de habilidades con la aguja. La clase de Formación del espíritu nacional proyectaba toda una sensibilidad lacrimógena, pues nuestra profesora lloraba cuando hablaba de la Guerra Civil y de personajes punteros como Onésimo Redondo.

Nuestros Estudios de Bachillerato se reflejaban en un libro de calificación escolar como lo disponía el Ministerio de Educación Nacional. Sus portadas duras color granate custodiaban fotos, calificaciones, matrículas de honor, resultados de dos exámenes de reválida, la de 4to. y la de 6to. año y la calificación obtenida en el curso preuniversitario.  Entrar al Instituto supuso un salto mortal para mí. Pero Don José Estefanía, amante de pasearse por los pasillos y observar a fondo a las estudiantes, me encontró en aquel primer año de tanteos, sentada en uno de los bancos y me acarició sin decirme palabra. Tampoco olvido el semblante agardecido de don Marcelino, profesor de Geografía, cuando me sorprendió solicitando silencio, dedos en boca, a las compañeras en una de sus entradas triunfales al salón. Comencé a intuír gracias a ellos la importancia del mundo de los gestos y , sobre todo de la disciplina y el orden que permeaban cualquier ambiente como característica acusada del regimen dictatorial.

Los afectos que iban generando en mí los profesores compensaban el temor respetuoso que me dominaba, y pronto commencé a disfrutar de cursos como Gramática con don Lucas Calvo, quien regla a regla gramatical, nos conminaba a apuntarlas en una minúscula libreta que debíamos portar en nuestros bolsillos, por si las dudas y  Dibujo con  D. Fidel. Este último ofrecía su clase en un aula inmensa, llena de luminosidad.  La reproducción de cabezas de caballos, columnas griegas, frisos y otros elementos del Partenón me inculcaron un gusto por la estética clásico que luego D. Jesús Lérida ampliaría, gracias a su personalidad pedagógica  única. Lo primero que aprendí de él fue que lo normal puede pasar a ser extraordinario y había que estar preparada. Solía entrar en las clases de Gramática sin previo aviso y elegir con el dedo a cuatro o cinco chicas que, inmediatamente y manos atrás se disponían a un examen oral inusual: “dígame usted la tercera persona del plural del pretérito anterior del verbo caminar” o “a qué conjugación, tiempo, voz, número y persona pertenece fuéramos”. Y estábamos listas para contestar.  Ya, como profesor de Griego, nos enseñó a traducir paso a paso la Odisea. Su explicación, poderosa desde cualquier ángulo didáctico relacionado que hubiera que enfocar, tenía el efecto de romper las paredes del salón. Era un lujo su voz a media tarde porque iluminaba nuestro pequeño mundo y colmaba nuestra urgencia de hacer creíbles aquellas míticas quimeras. Las tardes se hacían breves mientras sentía nacía el placer de mi primera gran admiración, más allá de mis padres.

La sonrisa de cielo y los ademanes parisinos de nuestra profesora de francés Mª Jesús Fernández de los Ríos nos guiaron por Montmartre, el Louvre y los  castillos del Loira como en  una feria de emociones expresivas. María Jesús Gaite, fue desempolvando también nuestro provincianismo con su clase de Historia.

Villalobos me acercó a Julio César en  “De Bello Gallico”, historia de sus batallas. En el gran general romano, encontré al estratega que encarnaba  la capacidad de lucha y el deseo de conquista, la fama  ganada,  que a mí me apasionaban.   Las obras clásicas, gracias a los inusuales profesores que me iniciaron en su traducción al español, soliviantaron mi espíritu.  Eso de tener como modelos de vida a dos figuras épicas, varones para colmo, no se podía entender en mi entorno. Se esperaba de mí que soñara con ser Sigrid la compañera del Capitán Trueno, el héroe nórdico de las revistas juveniles o con cualquiera damita de cuentos de hadas. Yo era parte, sin saberlo aún, de la disidencia femenina que andando el tiempo se convertiría en feminismo.

Precisamente cuando la sistematicidad de estudios y la perseverancia  iba siendo substituidas por la vocación y el sentido crítico, mi profesora de Literatura Doña Manuela Pita, que siempre tachaba despiadadamente con tinta roja mis pretendidas originalidades, me encargó aquel mensaje que me vi obligada a escribir como única alumna que había culminado íntegramente su Bachillerato en Letras en el Instituto Nuñez de Arce de Valladolid. Inadvertidamente dejé olvidado en mi bolso aquel escrito subrayado y corregido hasta la saciedad por ella  y no tuve más remedio que improvisar ante la inmensidad de aquel paraninfo repleto de profesores y estudiantes. Al día siguiente, mi profesor de Latín, Villalobos, periodista también,  reseñaba el mensaje en los periódicos locales por su originalidad,  dinamismo y amenidad.    A partir de ahí el amor por las palabras le pudo a mi timidez y marcó mi futuro como escritora.

Desde luego vivímos muy en serio la Educación Superior, previa a la Universidad. Superamos dos reválidas y decidimos prontamente nuestra vocación: Ciencias o Letras. Ya no existe este sistema tan espartano y a la vez tan complete y abarcador. Por eso aquel Núñez de Arce de la Plaza San Pablo de Valladolid siempre será el lugar donde quedarse con una cierta quietud para encontrarse con la legitimidad de aquella primera formación.


Tras las huellas de Fidel Ruiz Hernández: «Don Fillo»

Hay historias e historias. Está la que conocemos como historia oficial, la del procerato y, también, la que la nueva historiografía llama la historia material, la de la gente común. Este artículo pretende acercar al lector a una historia íntima, cotidiana, de ésas que se hacen día a día y que deja huellas que merecen trascender en el tiempo.

Allá por los años 30 del siglo XIX, mientras Aguadilla aún dormitaba entre  cañaverales amargos que volcaban su zafra de caña dulce en la factoría de la Central Coloso,  dos grandes amigos “se confabulaban”, literariamente hablando,  en una insignificante librería que consistía en un solo estante de libros espiritistas y de magia negra, que eran los más solicitados, y otro que albergaba la magia literaria de las llamadas “novelas de la tierra”: La Vorágine, Don Segundo Sombra y Doña Bárbara.  

Manuel Méndez Ballester, el dueño, que más que vender leía todo lo que caía en sus manos, estaba a punto de asistir al parto de La Llamarada (1935), novela de su amigo Enrique Laguerre.  Méndez Ballester vivía su propia exploración literaria con su drama Tiempo Muerto cuando Laguerre se marchaba a Río Piedras a continuar sus estudios en la Universidad de Puerto Rico.  En medio de tales circunstancias, tuvo el privilegio de ser el intermediario para la impresión de La Llamarada.  Más tarde, y bajo su supervisión, se imprimiría la novela de su gran amigo en una pequeña imprenta de Aguadilla, propiedad de un tipógrafo cuyas dotes de innovación y perfeccionismo eran tales que gozaba de gran prestigio en toda la Isla.

¿Quién era este otro personaje que también participó en la hazaña creadora de Enrique Laguerre junto a su amigo Méndez Ballester?… Se trataba de Fidel Ruiz – Don Fillo –, hombre de genuino oficio, paciente y de buen gusto. Nació el 24 de abril de 1878 en Aguadilla. Estudió ingeniería por correspondencia, aunque no la ejerció, y fue educándose de forma autodidacta. Tocaba la mandolina de oído y sus grandes pasiones eran la escultura, la ebanistería –tallaba muebles con detalles al relieve- y la pintura. Sobre esta última su nieta Selenia Gregory recordaba que se sabía el nombre de pinturas importantes, el museo donde se encontraban y hasta el lugar exacto donde se hallaban. En cuanto a la escultura, aún se conserva la fuente esculpida por él frente a la casa que fue de Emma, su única hija, en el Círculo A#60 de Marbella en Aguadilla.

Sin embargo fue en las artes gráficas, fotografía y tipografía donde sus innovaciones lo proyectaron como un hombre adelantado a su época. Creó una técnica para hacer trabajos a color, cuando sólo existían trabajos tipográficos en blanco y negro. Fue el primero en hacer etiquetas para latas y productos a dos colores y recordatorios para bodas y otras actividades en letras doradas, como el recordatorio del nacimiento y bautizo de su hija Emma Victoria, escrito a mano por él. Su experimentación era incesante. Llegó a reproducir fotos a color, en realidad pintadas por el mismo con acuarela, técnica conocida como “iluminar” Así logró la foto de su bella esposa.

Para la confección del primer libro que imprimiría, La Llamarada, procuró preciosos tipos Bodonia, con viñetas para iniciar los capítulos y papel de la mejor calidad, sin brillo, con un tono crema. Cada página se compuso tipo a tipo, en caja. Dispuso correctamente el material para imprimir, de acuerdo con un propósito estético y específico que conllevaba en primer lugar situar las letras, que eran tan diminutas que se colocaban con pinzas, luego el de procurar que estuvieran en orden, repartir el espacio y aplicar la tinta y, finalmente, realizar la impresión.

Ninguno de los involucrados en la salida de esta novela se imaginaba la cantidad de ediciones de que sería objeto con el tiempo. Resulta significativo el dato de que, para la década del 30 del siglo XIX, los libros editados en Puerto Rico eran pocos y nada atractivos. Precisamente por ello Antonio S. Pedreira, Director del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico y uno de los más grandes escritores del país, vertía con insistencia sus opiniones críticas a través de una colaboración en El Mundo que llevaba por título “Aclaraciones y crítica” y sostuvo una campaña a favor de una mejor apariencia de las publicaciones. Por eso, luego de haber leído el manuscrito de La Llamarada, impulsó a Méndez Ballester para que hiciera contacto con su gran amigo Don Fillo. A todo esto, Laguerre no sabía que los primeros capítulos de su obra estaban en tales manos, por lo que no es exagerado afirmar que, si no hubiera sido por Pedreira y Méndez Ballester, la novela nunca se hubiese publicado.

La primera edición de La Llamarada que salió a la luz desde la Tipografía Ruiz apareció colmada de elogios en el periódico pues, además de que la hermosa portada era pintura de Carmelo Filardi, de la Redacción de El Mundo, no tuvo ningún error de imprenta, característica  muy preciada para ese tiempo. Hay que recalcar que, con anterioridad Don Fillo no imprimía libros, sólo los encuadernaba y que la impresión de la novela fue un verdadero favor de amigo.

Don Fillo organizaba los tipos con vistas a prestar al lector la máxima ayuda para la comprensión del texto escrito. Como novedad, el libro no estaba claveteado, sino cosido gracias a un experimento afortunado de Méndez Ballester. En las palabras liminares a la vigésimo quinta edición de la novela, este último escribía con nostalgia:

Recuerdo que la imprenta tenía unos cuatro chibaletes con sus cajas de letras de donde el tipógrafo las iba sacando y colocando, una a una, en el componedor. ¡Madre mía qué paciencia había que tener para levantar un libro de aquella manera!

La revisión de Don Fillo se desplegaba por partida doble: antes de imprimir cada página (letras, espacios…) y, después de impresa, para asegurarse no hubiera ningún “error de imprenta”. Este sumo cuidado fue el que le acarreó gran fama como tipógrafo.

El negocio de Don Fidel era la única imprenta del área donde se realizaba todo trabajo de tipografía, por lo que resultaba un negocio muy lucrativo. Su primera imprenta estaba situada en la calle Marina y más tarde se trasladó a la calle Progreso, hasta que cerró sus puertas.  Dámaso fue su primer empleado y se desempeñó como chofer, ya que nunca aprendió a guiar y era necesario realizar entregas a toda la Isla.

Laguerre constantemente se expresaba conmovido por aquellos tutelajes de amistad y entusiamo que rodearon su primer libro publicado:

Esta primera edición de “La Llamarada” –la mejor que hasta este momento se ha realizado, y lleva ya 35-, es obra de amor de un grupo de amigos y al delicado oficio de don Fillo. No sé si se conserva la pequeña máquina tipográfica en la que se hizo la preciosa edición. (El Vocero, martes 22 de enero de 2002, 37).

Siempre que podía, el escritor daba un cumplido relieve a la participación de don Fillo en el acontecimento inicial de la novela que lo consagró en el panorama literario. La hija de don Fillo, Emma, y su esposo Juan Elías, vieron crecer la estimación del escritor por su amigo al que nunca olvidaba cada vez que los tres pueblos que se lo disputaban, Moca, Aguadilla e Isabela, le honraban con festejos. En cada nueva novela publicada, Laguerre les dedicaba el libro de esta manera: “Con el siempre vivo recuerdo de don Fillo”.

La Emma que figura en las dedicatorias de Laguerre era la única hija del matrimonio de Don Fidel con Doña Valentina. Por eso su primer nieto el Dr. Amaury Capella, muy conocido en San Juan tanto en la cirugía como en la medicina deportiva, llenó con creces esa ausencia pues lo crió como su propio hijo.

Cuando la Masonería aún guardaba su carácter secreto y esotérico, Don Fidel fue Venerable Maestro de la Logia del Sol Naciente de Aguadilla e impactó su entorno social y familiar por su fibra moral. Buscó la justicia para el desvalido y ayudó a muchos.  Sembró en sus empleados un sentido de familia extendida. A uno de ellos llamado Valerio no sólo lo entrenó como tipógrafo, sino que se lo llevó a vivir a su casa donde compartió cuarto con su nieto. Más tarde, le dejó a él la imprenta. Con gran ingenio y entusiasmo hizo del trabajo el legado más preclaro para su familia, en especial para Amaury, el nieto que fue criado por él.

A través de los relatos de su abuelo, recuerda este nieto la amistad que mantenía Don Fidel con personajes de la época, como el poeta José de Diego. Vagamente le viene a la memoria como su abuelo puso música a un poema inédito del insigne poeta aguadillano titulado “A María”. Quién sabe –comentaba a Selenia, su hermana- si, bajo este nombre, volvía a encubrir el nombre verdadero de su gran amor Carmita Echevarría, a quien llama Laura en su famoso poema “A Laura”, pues la novela romántica del escritor colombiano Jorge Isaacs titulada María , muy comentada entonces, era al igual que la de José de Diego la historia de un amor prohibido.

Muestra de su talante liberal era la compañía de otros contertulios como Pete Peters, Oficial de la Marina destacado en la Base Ramey, el Padre Gorostiza, párroco de la Iglesia Católica y el Pastor de la Iglesia Presbiteriana Santiago Cabrera. Con ellos discutía temas de actualidad, nunca de religión, pues Don Fillo era agnóstico.

Una de las anécdotas en la vida de Don Fillo data de la época de los temblores para el año 1918. Su esposa había colocado una palangana de porcelana sobre un escaparate y debajo de ésta un cajón. Cuando ocurrió el temblor el agua caía al suelo y ocasionaba un gran ruido. Al ver el agua correr, creyó que el mar se había salido y empezó a gritar” Corran sálvese el que pueda que nos ahogamos.”

Era un hombre culto e inteligente que leía mucho, muy callado y enemigo del exibicionismo, características de su personalidad que aparecen en el libro Los hijos ilustres de Aguadilla, de Néstor Rodríguez Escudero. Además,  según  el Lcdo. Israel Roldán Blas, quien llegó a dirigir la imprenta de Don Fillo, la singularidad de este personaje que vestía siempre de impecable gabán y sombrero, radicaba en ser “uno de los hombres de más colorido y actividad de la bien querida y romántica Aguadilla de mejores tiempos”.

Don Fillo impactó de manera ejemplar y diversa la sociedad de su época. Fue fundador y dueño del periódico aguadillano Fiat Lux y contribuyó de manera sobresaliente con la impresión tipógráfica de la primera edición del primer libro de Laguerre que puso a Puerto Rico en el contexto de la Literatura Latinoamericana, La Llamarada. No imprimió ningún otro libro debido a las dimensiones del trabajo y los esfuerzos correspondientes de los que ya se ha dado cuenta anteriormente, con excepción de un compendio titulado Las mujeres de la Biblia, tema que llegó a fascinarle, pero no quiso que tuviera más trascendencia que la del entorno familiar y de sus amistades. De hecho, el libro carece de datos autorales, no tiene forma de reconocer autor, ni fecha de publicación. Cualquiera se lo podría atribuir fácilmente.

Falleció el 14 de febrero de 1965 y está sepultado en Aguadilla, cerca de la familia que tanto amó. Un año después falleció su esposa, doña Valentina Polanco González, dama culta y líder cívica que llegó a protagonizar obras de teatro universitario junto a Manuel Méndez Ballester.

Una guillotina gigante que cortaba cientos de papeles en su tipografía se conserva en un museo de Moca como testigo nostálgico del pasado aquí descrito. Lástima que no se conserve su casa, pues tanto la fachada, los balaustres que adornan el balcón y los que están en la verja los hizo él. También fueron obra suya los gabinetes de la casa y los muebles.

Por fortuna, la fuente que fue esculpida completamente por él y hasta el mismo buscó el material para prepararla fue trasladada a la casa de sus hijos cuando construyeron su vivienda en Marbella. Aún está frente a la casa que fue de ellos, en el círculo A#60.

Solía decir Laguerre que a la historia hay que ponerle levadura para que se salga de los datos escuetos, de fechas y sucesos para que se asocie con la gente, con la vida, que no cesa de fluir. Este artículo va en pos de tal anhelo.

Bibliografía mínima

Laguerre, Enrique A. “A mis compueblanos”. El Mundo (Opinión). . Sábado 2 de enero de 1984, 9-A.

______________“Manuel Méndez Ballester”. El Vocero (Comentario. Martes 22 d enero de 2002, 37.

______________“Carta a Emma R. de Capella”. 24 de enero de 1984.
Méndez Saavedra, Miguel. “Sé que voy a morir”. El Nuevo Día (Perspectiva). Sábado 2 de febrero de 2002, 104

Roldán Blas, Israel. “Un hombre necesario: Don Fidel Ruiz”. El Vocero, 18 de junio de 1983, s/p.

Rivera Méndez, Ana L. “Don Fillo, estampa aguadillana”. Entrevista a Selenia Gregory. 3 de diciembre de 2013. Aguadilla.


Godofredo Garabito y Gregorio

Godofredo Garabito y Gregorio

Retrato de un hombre «grande, generoso y genial»: Godofredo Garabito y Gregorio

Hace unos años, en el transcurso de un reportaje televisivo, el reconocido periodista Tico Medina tildó a Godofredo Garabito y Gregorio de grande, generoso y genial, haciendo honor así a las tres g de su nombre y apellidos.

A esta tríada de adjetivos fundamentales e inspiradores para este reportaje queremos añadir otra mirada peculiar,  la de Carmen-Isabel Santamaría del Rey, laureada poeta vallisoletana quien, durante el acto de clausura de la 2561 Mañana de la Biblioteca Cervantina en junio de 2007, saludaba así al autor de la lección magistral: “Una vez más, hoy vienes, Godofredo,/ con tu carga de historia y poesía/… Tu voz que siempre aporta sensaciones:/ fecundidad, cultura, historia, vida./ Te entregas con tesón a estas empresas/ y llegas cada día arriba./ El éxito rotundo te acompaña./ Incansable y tenaz se te adivina,/ como el hombre abnegado que no cesa,/ el quehacer cultural de cada día,/ que generoso entrega luego al viento,/ para que lo difunda sin medida./ …. y nosotros gocemos de la brisa,/ de volver a tenerte el nuevo Curso, / clausurando feliz la poesía.”

Ante una presencia tan imponente como la del escritor y académico Godofredo Garabito que, sin duda, es producto de un rico mundo interior y de una talla humana que sólo puede esculpir la voluntad de ser y trascender de un hombre que se define, al estilo del Marqués de Bradomín,  católico y sentimental, surge este reportaje que pretende hacer honor a la máxima de Antonio Machado “Hay que distinguir las voces de los ecos”.

Reportaje

1. LA FORJA DE UN  HOMBRE POLIFACÉTICO

¿Qué personalidades han resultado formativas en su creatividad?

Más de una, desde luego, por eso quizá convenga abordar aquellas personalidades que han dejado una huella indeleble en mi camino.

En lo que concierne a mi quehacer como académico y humanista, quiero distinguir al Dr. Leopoldo Cortejoso Villanueva que perteneció a varias academias españolas  e hispanoamericanas. De él dijo Unamuno,  cuando se lo presentaron como un joven médico que era poeta: “Y ¿por qué no un poeta médico?” De la mano de este eminente Doctor ingresé en la Real Academia. Fue hijo predilecto del pueblo donde yo nací y su muerte me permitió valorar más su amistad en vida. 

¿Y cómo escritor?

Como escritor debo mucho a Miguel Delibes. Nadie como él ha sabido cantar el medio rural de Castilla, de forma que hemos ido presenciando la gran evolución del campo castellano que ha pasado de ser hecho con la herramienta que Virgilio mencionara en sus Geórgicas a la realidad actual de los avances de la tecnología. Sus sabios consejos me han obligado a matizar mucho de mi impronta y refrenar alguna insensatez literaria.

¿En lo que se refiere a la poesía…?

En cuanto a mi poesía, fue una presencia significativa la de  Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña. Su dominio del lenguaje me permitió acomodar a mi hacer de escritor, poeta y ensayista un montón de vocablos que, como el mismo decía, sólo se escuchaba a los pastores del campo y a los obreros de la agricultura, que eran como libros abiertos del lenguaje más puro de Castilla. Él era Presidente de la Real, y tricentenaria, Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid cuando ingresé (25 de junio de 1982) en ella, por lo que tengo el orgullo de disfrutar de la medalla número 21 que él puso sobre mi pecho.

El periodismo es una de sus facetas más copiosa. ¿Escuchó algunos consejos de otros?

Como periodista, compartí durante muchos años columna en El Norte de Castilla Francisco Javier Martín Abril. Recuerdo que, siendo yo muy joven, le acepté el consejo de que en lo posible dejara escrito todo aquello de lo que hablara. Me dejó como legado su profunda admiración por Azorín en términos de estilo y, sobre todo, su espíritu romántico proyectado tanto en el periodismo como en la literatura.

Fue tal la lección de lealtad y afecto que recibí de todas las personalidades que he mencionado que yo mismo me convertí en correa de transmisión de lealtades y cariño.

¿Qué circunstancias han favorecido el entusiasmo vital que le caracteriza?

Debo reparar en primer lugar en la espiritualidad. Gracias a mis creencias convertidas en gozosas afirmaciones, he podido valorar mejor a los demás. En el cultivo de “la otredad”, parafraseando a  Antonio Machado,  he tenido durante toda mi vida gran cuidado de cultivar  la ética tanto como la estética entendiendo que esas herramientas te permiten vivir con honestidad toda tu peripecia vital y cultivar el buen gusto que permite que tus rincones vitales sean lugar de acogida por el buen gusto y la armonía que emanan.

En el fondo no hago más que hacer honor al lema del escritor uruguayo José Enrique Rodó, quien en su libro de ensayos Ariel, proponía “a la ética por la estética”. Secuela de este aspecto de mi personalidad es la relación personal que cultivo con importantes familias de Valladolid y Castilla y León que me abrieron sus puertas.

¿Cuál es la fuente primordial de su inspiración?

La naturaleza, por supuesto, a través de las cuatro estaciones del año, teniendo en cuenta la alborada y el poniente; el calor de agosto y las gélidas invernadas; el aroma de la primavera y la sabrosa madurez del otoño.

Aparte de ese encuentro con la naturaleza, está el calor de una habitación con la chimenea encendida y aromas de encina; el sentirte cómodo con un largo de Haëndel, un aria de la Traviata cantada por la Calas, o en cuestión de coros, siento profunda emoción con el coro de Nabucco de Verdi, donde el pueblo hebreo canta su libertad -esta pieza musical me produce tal emoción que me pone al borde las lágrimas.

Y, a todo esto, sentir el tintineo de las ovejas, el croar de las ranas y el trinar de los pájaros como espectáculo sonoro que abunda en mi jardín. En igual  medida un buen libro donde la lírica se mezcle con lo trascendente o la historia con el Romancero del XII.

Jardines de la Casa Grande

Debemos a Unamuno esa precisión del yo en cuatro vertientes: lo que yo soy, lo que quiero ser, lo que yo quiero que otros crean de mí  lo que otros piensan de mí. En otras palabras, ¿hay o no hay fisura entre lo que usted es y lo que otros piensan de usted… se ha valorado su quehacer…cómo…?

Respecto a los demás, confieso que me gusta que tengan buena imagen sobre mí, dado que eso me permite ampliar el campo de amistad y la posibilidad de mayor rendimiento en el afecto.

Pienso que no hay éxito completo en la vida si no logras que los demás perciban tus ejecutorias en mayor o menor grado. Mi quehacer ha encontrado eco, es decir se ha valorado.

Las tres condecoraciones concedidas por Su Majestad, representan una triple merced por la que me siento halagado, mucho más teniendo en cuenta mis escasos méritos. La Cruz de Alfonso X el Sabio me acerca en mi modestia a un reconocimiento intelectual; La Encomienda del Mérito Civil avala la generosidad hacia los demás y la Encomienda de Isabel, la Católica ha sido un reconocimiento al cumplir los setenta, por los cincuenta años dedicados plenamente a distintos aspectos de mi vida vinculados con América.

Su obra ha trascendido a América, Colombia, República Dominicana y Puerto Rico donde la Revista Académica de la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla le ha rendido merecido homenaje ¿Cómo ha sido su experiencia en América?

Estuve en Colombia en al año 1978 invitado por la Ministra de Cultura de la Embajada de Colombia en París, el Ministro de Defensa, Sr. Camacho, y el Cardenal Primado de Bogota, Monseñor Aníbal. Por estas invitaciones pude dar distintos ciclos de conferencias en varias universidades y centros militares sobre temas de España relacionados con América, por ejemplo: “La Reina Católica y el Descubrimiento”, “Cristóbal Colón como navegante y descubridor”, “La tragedia de Juana I de Castilla y el hundimiento de la dinastía Trastamara y el esplendor de Carlos V como forja de un Imperio. Estas conferencias fueron impartidas en varias universidades y centros culturales de Medellín,  Popayán, Cali, Bogota y Cartagena de Indias Posteriormente en el año 2004, fui invitado por el alcalde de Azúa de Compostela  que celebraba los 500 años de la fundación de dicha ciudad por el castellano Diego Velázquez de Cuellar*. En esta ocasión me acompañaba el escritor e historiador de la Reina Católica, Don Vidal González, e Irene González y la que hasta hace unos años ha sido alcaldesa de Madrigal de las Altas Torres, lugar donde nació Isabel la Católica y Tatabasco como Obispo y evangelizador de América. Fuimos recibidos por la Embajadora de España, por el alcalde de la capital de Santo Domingo y otra serie de autoridades interesadas en resaltar el momento histórico del descubrimiento y de los 500 años de la muerte de la Reina.

En Puerto Rico mi obra literaria, narrativa y poética, ha suscitado gran interés gracias a las reseñas literarias publicadas en el periódico El Nuevo Día de ese país y en la Revista BRISAS que usted dirige. Gracias a las gestiones de usted con el Archivo General de Valladolid mi libro Cristóbal Colón: el ocaso de un navegante será objeto de estudio por los estudiantes universitarios de los Cursos de Español de Honor.

En lo que concierne a Europa, al medievalismo europeo grandioso en su fe me une el hecho de pertenecer a la Orden de los Caballeros del Santo Sepulcro, milenaria institución católica que hunde sus raíces en el año 1099 de nuestra era. Fue impulsada por la devoción de los cruzados a la Sagrada Tumba y fundada por Godofredo de Bouillon como protector de Jerusalén.

Después de casi mil años de historia, ¿sigue en vigor esta Orden de Caballería?

Hoy día, la Orden tiene su sede en la ciudad del Vaticano, siendo Su Santidad el Papa, su jefe soberano. Torcuato Tasso en su conocido poema La Jerusalén libertada (1575) se refiere expresamente a los primeros 50 caballeros del Santo Sepulcro como los más esclarecidos caballeros dado que por su valor, nobleza y méritos merecieron convertirse en los custodios del Santo Sepulcro. Está extendida en cerca de 40 países y el número total de caballeros y damas en el mundo asciende a unas 20.000. Su objetivo es ayudar a cuantos en esta tierra padecen persecución, canalizando numerosísimos recursos mediante diversas obras sociales. El Rey de España, Don Juan Carlos I ostenta simbólicamente, entre otros títulos, ser rey de Jerusalén.

2. DE LA INFANCIA A LA REALIZACIÓN

Se le conoce por muchos como el “ Señor de La Mudarra. ¿Qué protagonismo le da usted a este pueblo de los Torozos como para que merezca ese apelativo?

La Mudarra es un pueblito labriego donde, desde 1703, reside mi familia de agricultores venidos de Villaesper, Tierra de Campos. Aquí nací, aquí tuve mis primeros aciertos con mi primer maestro Don José Arroyo. Junto a mis padres aprendí a rezar y a razonar hasta que con once años me fui a Valladolid a estudiar y desde allí organicé mi vida sin olvidar nunca mi cuna y el lugar donde descansan mis mayores. La Mudarra con su influencia árabe fue señorío de los Enríquez, Almirantes de Castilla y Duques de Medina de Rioseco.

Pues bien, parte de ese señorío a través de los siglos se fue desgajando en propiedad privada muy repartida. De ahí le viene el patrimonio a mi familia que hoy día me ha permitido su solar, no sólo habilitarlo confortablemente, sino crear unos jardines con unos rincones donde se cultivan abetos y encinas, hiedras y rosales, dalias y geranios, con un microclima de distintos aspersores que mantienen la frondosidad y el frescor, aun en las épocas más calidas del año.

A esto hay que añadir la colección de escudos, piedras antiguas y columnas de piedra de siglos pasados que hacen de esta casa no sólo un ambiente cómodo, sino acogedor y confortable.

El hecho de que esta noble casa esté situada en la Calle de los Almirantes me hace pensar que fuera construida por los Almirantes de Castilla.

Jardines de la Casa Grande

¿Le hubiera gustado vivir en otra época?

La realidad es que nada me resulta ajeno. Confieso que con gusto hubiera sido el último servidor de la Casa de los Médicis con tal de vivir una época tan venturosa como el Renacimiento.

3. CUESTIÓN DE EXPRESIVIDAD Y COMUNICACIÓN

Usted ha escrito dos novelas históricas La formación de un Imperio, Carlos V y Cristóbal colón: el ocaso de un navegante; también una obra de teatro en verso en la tradición del Siglo de Oro español. A veces traspasa géneros y regala una prosa poética como en Pueblos con mirada o una poesía en prosa, entre versos se percibe un argumento, una intrahistoria, como Amapolas comunera.  ¿Cuán fácil resulta escribir para usted, teniendo en cuenta su prolífica obra, la obra periodística y sus otros quehaceres empresariales?

Para mí no es nada difícil compartir la actividad empresarial y la literatura dado que de alguna manera se complementa y equilibra mi inquietud. Así por ejemplo uno de los barrrios del Valladolid de nuestros días como es COVARESA (Constructores Vallisoletanos Reunidos Sociedad Anónima) de la que fui creador y presidente de su Consejo de Administración ha permitido a Valladolid tener una zona residencial de alto “standing”.Y, lo que es más importante, como consecuencia de gestiones personales avaladas por este Consejo de Administración, cedimos  a la Junta de Castilla y León los edificios donde reside  junto a varias hectáreas de jardines y dependencias. He aquí una de mis mayores satisfacciones no sólo de carácter empresarial sino histórico porque, gracias a ello, Valladolid se ha convertido en la capital de Castilla y León.

Aparte de estos avatares empresariales, no he estado al margen de la política, he pertenecido a distintas asociaciones culturales con responsabilidad y entrega. También, y para mayor equilibrio del intelecto, escribo poesía y artículos costumbristas en diferentes periódicos.

Más allá del enfoque de estilos ¿en cual de estos géneros literarios se siente más cómodo? 

Como tema, el histórico; como desahogo el lírico. En todos, pongo mi mayor esfuerzo, mis grandes dosis de emoción, un poco de talento y unas gotas de sentido sobrenatural Todo esto puesto en una coctelera produce sonetos, romances, teatro, novela artículos, comentarios radiales, programas de televisión. Me temo que me siento cómodo en cualquier género, porque he escrito también teatro.

4.  EL LENGUAJE DE UN POETA

Como Heidegger vio en el lenguaje de los poetas “el lenguaje de las más invisible interioridad del corazón”, yo veo en uno de sus mejores poemarios El aura del ciprés me ha dicho… una particular simbiosis entre pensamiento y sentimiento, de forma que yo diría que su poesía es meditativa, hondamente metafísica pues en cierta medida nos acerca a las esencias escondidas de las cosas.

Desde el punto de vista estético, la naturaleza es un lugar donde es posible asistir a las sensaciones renovadoras de la creación y por lo tanto inventar cosas nuevas. Probablemente nunca llegue a abarcar la totalidad de lo vivido para simbolizarlo, pero sí me acerco al territorio colmado de sugestiones, por eso se dice que el mundo tiene otro aspecto cuando lo contemplamos con la obra y con los ojos de ésta.

La recreación  interior del ciprés está cargada de una gran densidad emotiva del hombre que lo percibe. El ciprés es el origen, la causa inmediata de un asombro inicial y un sentimiento primordial, aquí está el germen de su poemario me parece a mí. Como lectora he mantenido una conexión empática y profunda con los sentimientos del autor.  ¿Cuando lejos estoy de la verdad?

Hay imágenes que parecen condensaciones de experiencias vitales fuertemente significativas, como este ciprés de mi poemario. Es como si los afectos adquieran una dimensión humana. Fue en mis cuarenta años que reparé en el ciprés como objeto poético, como consecuencia de un viaje a Tierra Santa donde descubrí el ciprés como símbolo de vida y hospitalidad, no como símbolo de muerte y cementerio, por su sobriedad, por su altura apuntando a lo trascendente, creciendo hacia arriba, por su investidura de verde oscuro cual monje que experimenta grandes éxtasis, siempre igual en todas las estaciones es símbolo también de inmanencia.

El desarrollo del libro El aura del ciprés me ha dicho…  que publiqué en 1988 quiso ser un ejemplo de peripecia vital, un testimonio de la norma de vivir y un paradigma de ambiciones legítimas: nacer, crecer y morir siendo útil a la vida y a lo bello; a lo que pudieran disfrutar las gentes sencillas alrededor de una plaza.

No en vano, cuando se ha querido mostrar el dolor del holocausto judío se plantaron seis millones de cipreses en su memoria.

Su obra poética contiene un fuerte marchamo afirmativo  y vitalista de la existencia que cae antes o después en las redes de la melancolía, como en 33 sonetos en azul ¿Cómo fue la concepción de este poemario de corte clásico y matices modernistas?

Uno de los descubrimientos clave de la estética romántica es que, gracias a ese afecto intenso que es el sentimiento, la realidad es siempre algo más de lo que es en sí misma, esto implica redimensionar, reinventar….  Este libro es un diálogo con los poetas modernistas, los Machado, Rubén Darío, Juan Ramón…. Con una intrahistoria de amor sugerida entre amantes de diferentes edades. La voluntad de amar es la verdadera protagonista del libro y la ofrezco como un regalo de esperanza a los lectores. 33 es todo un símbolo bíblico de perfección que bien pudiera trasladarse a la forma poética seleccionada.

¿Cómo explica esa vertiente de su poesía que toca el misticismo y que está relacionada con sus Pregones de Semana Santa?

Los encargos que se me han hecho, por ejemplo los Pregones de Semana Santa que cualquiera puede apreciar por internet, han ido precedidos por la vinculación literaria precedente con los centros que me solicitaban. En otras palabras, antes de los encargos he dado la talla antes en mis artículos de periódicos o en mis conferencias. Raro es el pueblo o la ciudad donde antes no haya demostrado conocimiento del lugar para lograr la confianza del encargo que se me hace. Puedo confirmar que todos los pregones han transcendido los límites de Castilla y León.

Acabo de acercar su poesía a la lírica mística y a la modernista…. ¿Se considera un poeta de influenciado cuando escribe versos?

No me adscribo a ninguna influencia, escuela, generación  o movimiento, si bien las lecturas que he realizado durante mi vida han dejado un poso inestimable del que parto inconscientemente.  Siempre me he definido como un campesino que escribe y que, al hacerlo, se siente orgulloso de ello

Usted que ha sido mecenas de varios premios de Castilla y León y jurado de muchos de ellos, qué como escritor cuenta con más de 80 libros en su mayor parte con segundas (33 Sonetos de amor en azul), terceras (El Tren Burra) y cuartas ediciones (Amapolas comuneras) ¿considera que su obra de escritor ha recibido suficiente premio?

 Jamás me han premiado literariamente, aunque justo es reconocer que jamás me he presentado a ningún certamen literario, ni poético.

Se me encargó la letra para varios himnos como el Himno de la Virgen de Castilviejo (Arciprestazgo de Medina de Rioseco) o el de Pedradas de San Esteban. Hasta Puerto Ric o llegó un libro mío Sonetos Eucarísticos que estuvo en las manos del maestro Ignacio Nieva del Conservatorio Nacional de Puerto Rico, quien sin conocerme me llamó para que le permitiera montar una cantata que luego se estrenó en Valladolid con gran solemnidad en la Iglesia de Santiago por la Coral Vallisoletana. Guardo el original y la partitura firmados. Otros muchos sonetos de mi autoría han sido musicalizados como cantatas religiosas y corales.

Debo reconocer que lo que he escrito por encargo ha tenido igual trascendencia que los libros que he escrito “motu propio».

Yo sé muy bien amor, que en el sendero

Que la vida nos teje por sorpresa

Miro siempre la muerte que me apresa,

“Y más te miro cuanto más me muero»

(33 Sonetos de amor en azul, 1990)

¿Sobre su casa museo qué piezas destacaría, de forma que tengamos una idea de cómo las Bellas Artes han definido su vida?

Dicen que mi casa es un museo……. Cada rincón tiene su encanto por la combinación de muebles, cuadros, porcelanas de época.

Mi casa no se ve de una vez. Mi colección de pintura es muy ambiciosa dado que hay cuadros del XVII de la Escuela Madrileña, otros de la misma época de la Escuela Andaluza hasta llegar a Gregorio Prieto gran pintor de la Mancha e ilustrador de El Quijote. Otros como Ubeda, Redondela, García Lesmes, o García Benito pensionado por el Senado Norteamericano como consecuencia de su vinculación a la revista Vogue.

Me crecía la aurora desde dentro.

Nada

Era más visceral que su latido en mí.

Nada más mío

Que el pulso firme de la naturaleza

Cantando en comunión las voces al unísono.

(El aura del ciprés me ha dicho…)

De mi biblioteca de más de 6.000 volúmenes destaco las colecciones de Historia. Hay dos o tres publicaciones distintas de todo el proceso de las Cortes de Castilla y León desde los primeros siglos a nuestros días y , luego, la época que me ha gustado estudiar ha sido la dinastía de los Trastamara y la forja del Imperio de Carlos V, incluido el encuentro con América. No hay que olvidar algunos incunables y otros libros de actualidad en homenaje a Jorge Guillén o a otros grandes escritores de la época. Guardo con especial interés muchísimos libros dedicados por sus autores: Pemán, Delibes, Jorge Guillén, Claudio Sánchez Albornoz.

En cuanto a las esculturas que poseo, destaco las esculturas de santos de los Talleres  de Sierra, dentro del esplendor de la Escuela Vallisoletana y otros, aunque anónimos, pertenecientes al siglo XVII y XVIII.

Hay una riqueza en el mobiliario también; mayormente, las arcas con talla mudéjar, arcones con talla renacentista, bargueños de la Escuela Italiana o el clásico bargueñ-Vargas del siglo XVI y de Escuela Toledana.

En el salón de Música se encuentran unos frescos del siglo XIX alusivos a las estaciones del año y una colección de fotografías alusivas a las autoridades y personalidades con quienes he tratado desde la alta política (Bush, padre, Almeida, presidente de Portugal, Reyes de Bulgaria, reyes de España…) a la nobleza, sin que falten artistas (Venancio Blanco, Monserrat Caballé..) y escritores como Antonio Gala.

¿Dónde radica la fuente de impulso mayor en su vida?

Los ratos de mayor placidez y el mayor impulso para mi quehacer profesional y literario me los ha proporcionado mi familia, especialmente mis hijos y nietos. En distintos escritos he comentado que los nietos son el gran don de Dios que nos permite rejuvenecernos en ellos a la par que seguimos cargados de años e ilusiones.

Cómo experto que es en paisajes humanos también, ¿cómo ve, en términos culturales, a Castilla y León?

Todavía a un nivel medio, a pesar de que los premios Cervantes en Alcalá de Henares y otros de alto rango en Castilla y León han ido destacando a grandes escritores castellanos como Delibes, el poeta Gamoneda, el ensayista Jiménez Lozano o el novelista Manuel Parrilla.

La Fundación Gabarrón con sede en Valladolid todos los años concede una serie de premios entre ellos los de Literatura que dan prestigio a la ciudad.

En el libro de firmas de la Casa Grande que reúne heráldica, arte, poesía y crónica como formas de afecto dejé escrito:

Jardines de la Casa Grande

Entrar en los parajes de la soledad creativa del Señor de la Mudarra es toda una experiencia sensorial por la fuente ilimitada de correspondencias que establece su meditado jardín entre el mundo presente y el otro presentido.

Yo, experta en espectaculares atardeceres, en los que el sol duda siempre entre irse y quedarse enamorado de su propia transparencia, quiero dar fe, en este libro único – capaz de convertir afectos en pintura, poesía y crónica- de la grata aventura que ha supuesto este reportaje. He encontrado la huella de Godofredo Garabito en todo: sobre la armonía de la naturaleza presente en cada rincón del jardín, en el cuidado estético de cada detalle. Y es que no es para menos: tantos años acostumbrado a ser anfitrión de encumbradas personalidades, tantos cultivando esa alquimia secreta de campesino que escribe poesía…

Al realizar la entrevista, he disfrutado de una dulce conversación por largas horas que me ha hecho recordar aquello que decía Gracián: “la conversación es el mejor viático del camino en la vida” porque Godofredo Garabito siempre dispone de la lírica en forma de memoria, y regala su rico y ameno anecdotario, nunca intrascendente, por cierto.

Ante los espacios encantados, placenteros, y serenos que me ha permitido disfrutar elño de La Casa Grande, dudo, como aquel sol del trópico, entre irme y quedarme, claro que en esta ocasión es su propia transparencia la culpable.

Godísimo amigo que sigas viviendo cervantinamente tus ya populares aventuras dejando siempre constancia de ellas, que alguna estrella dulcineada las alumbrará.

Carmen Cazurro García de la Quintana, 3 de junio de 2007

No me siento satisfecho, me siento realizado. La insatisfacción me crearía mala conciencia y la satisfacción me parecería una carga de vanidad innecesaria. Recuerdo demasiado bien aquellos versos de Antonio Machado “Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más;/caminante no hay camino:/ Se hace camino al andar./ Al andar se hace camino,/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar./ Caminante no hay camino,/ se hace camino al andar”.


La poesía en el libro: La hija del alcalde

La poesía en el libro: La hija del alcalde

de Carmen Cazurro García de la Quintana

Cande Gómez Pérez

Directora de la biblioteca, Universidad de Puerto Rico

Recinto de Aguadilla

Extraer la poesía de un libro es tarea fácil cuando todo él es un poema del corazón que convoca la magia de las palabras para abrir el dique de las memorias e inundar con ellas cada página,  desde el prólogo, cuando la autora aclara, “Dedico esta mirada a mi madre desde esa gran oportunidad que nos ofrece la vida a todos, una vez hemos madurado, para remitirnos a nuestra niñez y revivir el entorno familiar y la clarividencia  que otorgan las años de por medio”.  En esta convocatoria que el corazón lanza al recuerdo emocionado, se percibe a la poeta que, sin proponérselo, posiblemente,  matiza su escritura con  metáforas precisas para con ese lenguaje poético acercar al lector a las vivencias que marcaron su mente desde niña a través de la historia oral que su madre compartió con ella.

Carmen, al igual que la escritora chilena Isabel Allende en su novela testimonial, Paula, incorpora a su texto la técnica epistolar,   las cartas para poder sobrellevar y superar el dolor de las heridas de la guerra civil española.     Son cartas sobre Antonio García Quintana que, a petición de ella, su madre le envía y acortan la distancia entre España y la Isla.  Es así como a través del cultivo de la memoria se realiza la resucitación poética de personas y hechos históricos y olvidan el espacio ingrato del Atlántico.  La autora lo explica así:  “Y yo estoy con ella particularmente cerca sin soluciones, sin consuelos definitivos, asistiéndola en su recuerdo con mis oídos prestos y mi pluma llana, sintiéndome, a veces, intermediaria entre ella y su padre

Adentrarse  en este viaje del corazón que tiende puentes entre el ayer y el presente para reunir tres generaciones, la abuela, la madre y la autora,  es toda una aventura sensorial que nos hace partícipes de ese mundo de los años 30,  recreado por Carmen Cazurro en alas de la memoria de su madre, la hija del alcalde, mujer inspiradora, tanto del libro, como del título.  El texto en sí constituye todo un poema sentimental entre la autora y aquella niña que quedó atrapada en la orfandad y desprovista de la fantasía, es un poema constante a juzgar por lo que afirma la autora: “Siempre es apasionante introducirme en el corazón de mi madre para despertarla niña, para asistir a la guerra que jugó con su vida y el cruel asesinato que la convirtió en huérfana de fantasías”.

Es así como  nos lleva, unas veces de forma dulce y otras con el alma en vilo, a la España de la Guerra Civil que trasformó la vida de aquella niña de nueve años y la dejó atrapada en una “orfandad radical y sin consuelo”.  A través  de los manuscritos de su progenitora, la autora recrea los acontecimientos que trastocaron la vida, no sólo de la familia García de Quintana, sino de toda las familias españolas que se vieron atrapadas en una guerra de odio que la mayoría no buscó ni comprendió, y  Carmen sintió las oleadas de dolor llegarle desde el pasado de la madre que tanto ama.   Para ayudarle a expulsar el dolor atrapado por décadas en sus recuerdos, tantas veces soslayado por la historia oficial,  le solicita que le cuente sus memorias, y nos dice:

“Cuando la vida me atrapó en Puerto Rico, y empecé a sufrir mis propias ausencias, le pedí a mi madre que me contara la historia del abuelo desde sí misma…”  Y me hizo caso,  me contó su verdad llena de luz y de murmullos; la sujetó del papel porque no quería olvidar y porque el nuevo quehacer que le solicitaba nos unía más en la distancia devoradora que existe entre España y la Isla.”  “Y el abuelo, un ser tan pacifico y conciliador, nos hizo olvidar el espacio ingrato del Atlántico”.

El relato, sin olvidar la rigurosidad histórica de capítulos como: La ciudad del dolor, o  La doble muerte de Antonio García Quintana,  se hace ameno y novelado en la recreación de los personajes femeninos en capítulos como: Juanita la larga, Oh Sole mía,  o La bien plantada.  En el libro no se sigue un relato lineal, porque como bien lo expresa la autora en el capítulo introductorio,

“en esta micro historia familiar y sentimental he antepuesto el fluir de la conciencia, con sus fragmentaciones y reiteraciones, a la corroboración de hechos sin prescindir de la investigación”.

Como dijera José Hierro en una entrevista que le hiciera Armando G. Tejeda, refiriéndose a la Guerra civil española,  “El recuerdo de esos años es duro, con esa sensación de que el mundo se te viene abajo y cambia todo.”  .  Sin embargo la historia, que muchas veces puede ser yerma para ciertos lectores, pierde su aridez a través del lenguaje universal de la poesía.  Hablo de poesía,  refiriéndome al texto de Carmen Cazurro, evitando adrede hablar de prosa poética que me suena a un género híbrido, una especie de limbo, donde muchas veces el fin primordial es la belleza de la escritura por la mera belleza.  La Hija del alcalde apunta más bien a la expresión de Goethe,  “Para escribir en prosa hay que tener algo que decir y para encontrar las palabras acertadas despejadas de pretensiones vacías, se tiene que poner el corazón en el relato.”   No es llenar el relato de palabras bellas, sino encontrar la belleza de las palabras para poder transmitir el palpitar preciso que abra el entendimiento y haga partícipe al lector de los acontecimientos, de forma tal que se sienta parte de ellos y no un simple espectador.  Esta es la clave del texto conmovedor que presentamos hoy.

Citando a Octavio Paz, podríamos decir que “la poesía es ver, a través de las palabras el otro lado de la realidad”.  Ese es el efecto que logra Carmen con su relato, llevándonos al otro lado, al otro tiempo, a través de la puerta de una cuidada prosa donde la poesía emerge para suavizar la fea cara de la guerra e intentar una especie de humor filosófico donde el inconsciente espiritual brota de forma espontánea y no por razones de estilo.  La hija del alcalde es un texto en  prosa, escrito por una escritora que no puede desprenderse de la sensibilidad poética que lleva arraigada en su espíritu y que ya nos ha demostrado en sus libros Con la tinta de la amargura, Rendijas de luz  y Muros de sombra.  El poeta Manuel de la Puebla, cuando habló del enfoque poético en este último libro expresó  que:   “La poesía amalgama de factores diversos, es fruto de la inteligencia, expresión de los sentimientos e interpretación de las huellas sensoriales”.

A través de este viaje sensorial conocemos a Teresina y el dolor de perder a su padre, Antonio García de  Quintana, cuyo asesinato la sumió en un dolor perenne que trasmitió a su prole.  También, conocemos a las dos mujeres invencibles que estuvieron a su lado para suavizar el dolor de la desgracia.  Una de ellas, la abuela Sole, que tan tierna y bellamente es retratada por la autora: “Era a decir verdad una preciosidad de abuela, pequeñita, de facciones menudas con una miniatura de moño que recogía las cuatro hebras de su brillante pelo blanco”.  Esa mujer, de fragilidad aparente,  pero que tenía  [..] un temperamento enérgico, activo y exageradamente pulcro en una época en que limpiar era cuestión “de armas tomar”. 

La otra mujer, la que más relevancia tuvo en la formación de la niña, su madre, Brígida Hernández, aquella que como retrata Carmen:

[..] “aunque no era guapa tenía una presencia imponente: su gesto sereno y austero, recordaba al de las reinas de España, igual que su cuerpo rebosante y erguido por el corsé, según la moda de la época.  Cada paso que daba, cada palabra que profería, era una afirmación de su yo imperativo”.

 “Aquella castellana, nacida en tierra de pan y vino entre las muralla rotas de un ruinoso castillo, no dudó en dar el paso hacia el altar y casarse con un hombre nueve años menor que ella, Antonio María Francisco García de Quintana.”

Ese hombre honrado que lo sacrificó todo en aras de su integridad, que fue la adoración de su hija Tere, se nos presenta como una importante figura de la política del momento, pero sobre todo, como un  hombre de familia, cuyo amor trascendió las fronteras de la muerte y siguió influenciando la vida de los suyos, principalmente la de la niña, quien nunca pudo olvidar sus paseos con él:

“En verano paseaban mucho por el Campo Grande, un lugar encantado con perfil de los cuentos o de silencio de claustro conventual para la pequeña que se sentía ‘ hada cenicienta o monja’. Allí hacía que sus padres llegaran hasta el palomar donde trataba siempre de identificar sus palomas mensajeras por la marca de las patas.  Luego en su vida adulta no haría más que buscar, como punto de referencia de su pasado, el palomar característico de la llanura castellana, redondel de adobe coronado por un techo triple entejado.”

La presencia de Tere, la niña que da origen a esta novela histórica, impregna las páginas de este relato.  El lector se familiariza inmediatamente con:

“la pequeña sonriente{que} recogía todo el agradecimiento que su padre iba sembrando en diferentes formas y medidas”.

La niñez de la protagonista, después de la muerte del padre,  no fue tan halagüeña, aun cuando su madre hizo lo indecible para mantenerla al margen de los acontecimientos que culminaron en el asesinato del padre, de aquel padre que, aun en el encierro inmerecido, encontraba atajos para llegar al corazón de su familia y  “que no podía evitar los muros de la cárcel, pero los trascendía brillantemente”.   Esa trascendencia la  percibimos de forma tangible a través de sus cartas,  transcritas en el libro, que son de por sí reflexiones filosóficas  que tocan las fibras del lector: “morirse porque así lo ordena con su imperio irrefrenable la ley de la fatalidad…” “Mi muerte será tan fatal como es que el rayo se produzca cuando chocan dos fuerzas  eléctricas adversas”.

Una de las cartas más conmovedoras  escritas por el alcalde es la de la despedida de sus seres queridos y en ella expresa todo el amor que lo acompañó en su viaje final:

“Por ti,  mujer mía, a quien seguramente proporcioné menos alegrías de las merecidas, que te dejo íntegro el pavoroso problema de sostener y formar a nuestros hijos.  Por vosotros pobres hijos de mi alma que os quedo desamparados, sin pan, sin consejo, con  la vida truncada, con el corazón dolido por una terrible sentencia.”

La descripción más vívida de esa época la hace la narradora cuando sondea el ambiente de confrontación que rompe la convivencia más elemental:

“El terror de guerra se fue adueñando de la población civil.  Amparados en él muchos lograron llevar a cabo las venganzas labradas en la oscuridad de sus mentes por largos años” Y continua narrando: “La muerte y los asesinatos se hicieron cotidianos.  Todos los que pensaban de otro modo, los odiados por locos y poetas eran obligados a dar un paseo del que nunca más regresaban”.

Las circunstancias que rodeaban la vida de la familia de Tere, lo que equivale a decir, las circunstancias de la mayoría de la población durante la Guerra Civil Española, se hacen patentes en la descripción de los espacios vitales, como la casa familiar de los vencidos:

“Los escalones de madera se arqueaban, se retorcían y crujían como si por allí hubieran pasado miles de peregrinos.  La gran puerta de entrada del portal número tres estaba precedida por una impresionante y potente aldaba de metal cuyo atronador sonido en el silencio nocturno de las calles era un “ábrete Sésamo” en caso de que el sereno no apareciera…”

Pero en medio de esa pobreza que sobrevino debido a la circunstancias,  la autora nos hace comprender que el amor puede florecer en los lugares  más inesperados y que la fogosidad de los enamorados de antes no era diferente a la de nuestros tiempos,  salvo por el sentido urgente de vida y muerte de la guerra, por eso nos sonreímos cuando expresa:

“Detrás aquella puerta podían ocultarse dos personas por lo que las parejas de enamorados sonrojaban más de una vez a los inquilinos que se hacían los desentendidos…”

Percibimos que la niña era muy pequeña aún para comprender la realidad apabullante que la rodeaba y tal vez por eso su pequeño corazón no se consumió en las llamas de la tristeza:

“Entre disturbios y aprensiones siniestras Tere llegó a imaginar que todo aquello era lo corriente, que se producía como se producía el aire y estaba allí como estaba el sol, o la luna o las nubes o la casa de enfrente”.  Mientras,  crecía sola en el reducido ámbito de una familia que… “Del cedazo barrido por la guerra,  había quedado como un islote aislado, algo así como proscrita”.

 El 7 de octubre de 1937 Tere quedó huérfana de padre, luego de su fusilamiento por la España franquista  y la autora nos dice que fue,“ por obra y gracia del tribunal militar, que sentenció al alcalde socialista a pena de muerte para que no hubiera un dios que le librara de rendir cuentas al régimen”.

El dolor de la familia ante la muerte del ser amado se describe de una  manera que supera las palabras:

El primer día que Tere visito a su padre no pudo procesar los hechos por su corta edad, pero sí los sentimientos, por eso categóricamente pensó que Franco no podía querer a los niños que, como ella, necesitaban estar cerca de su padre, tan cerca como un abrazo, un beso o un pellizco en el cachete… El estremecimiento de la familia del alcalde no precisaba de formas para sentir la trascendencia del acontecimiento, ni de mensajes sobre la imperfección humana que invitaran a enderezar los pasos torcidos en la vida.  El sobrecogimiento que dominaba a la familia era superior a todo, de forma tal que las manifestaciones exteriores sobraban.”

“Los miembros de la familia regresaron a sus casas en silencio sin percatarse del lento despertar de la ciudad a un día como otro cualquiera.”

En abril de 1939 terminó la guerra que dejo sumida a los españoles  en un dolor sin precedente y como  indica la autora:

En las trincheras debieron quedar enterradas todas las mutuas responsabilidades sangrientas.  La guerra había dejado de ser una guerra de trincheras y barricadas para convertirse en el estado de animo de una España invertebrada,…”

La niña acostumbrada a los mimos que  disfrutaba en el seno de una familia económicamente desahogada,  se ve sumergida en las necesidades más apremiantes de la dura sobrevivencia  y su cuerpo y espíritu sintieron el embate al unísono frente a la enfermedad.

“Cuando pudo levantarse de la cama, la tuvieron que enseñar a caminar. Había crecido exageradamente y lo más espléndido de sus piernas eran los huesos de las rodillas”. “Había vencido el tifus para enfrentarse a la tisis” [pero] “la familia se las arregló para que no muriera de consunción”.

 

En  medio de la tristeza, el tiempo pasó.   La niña se convirtió en mujer y emergió de las cenizas del dolor, aunque marcada por cicatrices indelebles. Descubrimos que la mujer que brotó de aquel erial de la guerra era hermosa por dentro y por fuera:  “Nadie se explicaba como la fragilidad y la belleza podían brotar un embate como aquel…”  Y continúa diciendo: “La  luminosidad de Tere con su delantal en ristre hacía de aquella cocina el lugar ideal para las tertulias de todo tipo al atardecer”.

Para terminar el recorrido por este viaje del corazón de Carmen Cazurro, quiero citar  a Felipe Vázquez,  quien al referirse a la obra del escritor mejicano Juan José Arreola,  afirma, “Una prosa escrita por un poeta por la intensidad con que se relata es un poema por la atención que se logra del lector”.  Así la poeta, que ya nos había impactado  con sus otros relatos testimoniales, nos arrastra en este viaje del corazón  a conocer la historia de sus raíces y logra, no sólo la  participación activa del lector, sino su más completa solidaridad, pues lo que trasmite  es un amor inmenso e incondicional a la historia de su país, particularmente vivida por su familia en aquellos difíciles eventos de la Guerra Civil, más mortales que rosas.  Pero,  las desdichas, a la vista está, se convierten o se pueden convertir en privilegios.


Feminismo o feminidad: La mujer desde dos culturas

Entrevista por Christopher Cardona Correa

Desde un lejano susurro una singular esperanza en el corazón de muchas mujeres, el feminismo ha ido evolucionando, hasta haberse convertido hoy en una de las fuerzas primordiales que mueve nuestras vidas.  Poco a poco este movimiento ha crecido y se ha diversificado en muchas pendientes filosóficas que estriban desde el radical que propone la eliminación de los hombres, hasta el feminismo igualitario que creen en la igualdad de los géneros.  En la lucha del feminismo radical hay muchos que se han visto afectados; hace un tiempo atrás un periódico publico un segmento que leía como sigue “Mujer feminista, las abuelas sufren”, porque mientas estas mujeres se tiran a la calle para “luchar” las abuelas tienen que tomar responsabilidad de los niños.

 En contraste la feminidad es el sentimiento de ser mujer, un sentimiento que filosóficamente une a todas la mujeres y transciende las barreras de tiempo y espacio.  Con lo antes dicho se sobre pone que no ha de cambiar de cultura a cultura, pero cuando esta filosofía se sobrepone en la realidad en ese mundo en que vivimos que esta mucho más allá del papel, se puede ver que no necesariamente es así este sentimiento es como todo lo demás que tiene una idea común pero una aplicación diferente.  Por esta última condición fue que decidí entrevistar a la doctora Carmen Cazurro García de la Quintana, una literaria que ha vivido y prosperado en dos diferentes culturas.   Tiene sus comienzos en la cultura española, en específico en la región norteña de Valladolid donde nació y se crió.  Luego se traslado a la cultura caribeña, exótica, “erótica” que reina en Puerto Rico.  Su más reciente libro ‘Mujeres sin edén’ muestra a la mujer desde dos culturas diferentes pero desde un mismo corazón, por esta razón fue que decidí utilizarlo.  Este nos brinda diversidad desde una misma raíz, lo que permite la comparación de los términos feminismo/feminidad desde el contexto de la cultura.  Expresa lo que se considera como el alma colectiva de la mujer o transmitirá un ideal feminista.

Una tibia mañana de un sábado del mes de octubre, tuve la oportunidad de sentarme a dialogar con esta erudita autora.  La conversación tomo vida y las palabras rompieron barreras y no había ningún tema fuera de los límites, lo que muchos reporteros llamarían ‘una entrevista desde el corazón’.  Su humilde sencillez cautivo mi admiración y su habilidad y disposición para contestar hasta las preguntas más atrevidas, hizo que mi trabajo fuera más ameno y divertido.  Las siguientes preguntas solo son un minúsculo extracto de nuestra conversación total y responden a la dirección en que he decidido guiar este trabajo.

En su más reciente publicación ‘Mujeres sin Edén’ (2007) usted recoge una amplia galería de hombres inseguros de sí mismos (Andros, en el cuento La puesta del sol; Alfonso, en el cuento El epitafio) ¿Cree que la inseguridad o la ambivalencia son características de los hombres? ¿Acaso dedujo esto por experiencias previas?

Empezaré contestándote por el final. Pienso que todo escritor parte de experiencias conocidas, sean estas propias o vicarias. En este sentido mis relatos recogen unos rasgos precisos en los que se resumen las visiones de una o más mujeres, incluyéndome a mí misma.

En cuanto a la caracterización de mis personajes, no creo que sea tan difícil encontrar ejemplos de ellos por la vida; es decir, son tipos literarios y estereotipos mundanos. Evidentemente, al resaltar esas características de debilidad, la voz narrativa, con la que no siempre me solidarizo, cree que la mujer, por lo general,  es más fuerte de carácter y no da marcha atrás en las decisiones.

Si reparas en un personaje como Juan Antonio Borrás, el “héroe” protagonista de La llamarada de Enrique Laguerre, no te será difícil, ni raro, entender el planteamiento de Andros o Alfonso, personajes que de alguna manera huyen, sin quererse ir, no dan la cara ante las situaciones que demandan una respuesta rápida o toman su tiempo, a veces demasiado tiempo para decidir. Frente a estos personajes, las mujeres de mis relatos son decisionalmente más rápidas, sin que les importe una posible equivocación al respecto.

Se pueden ver personajes hombres que hacen sufrir a sus respectivas parejas. Ellos hacen todo, desde tratarlas con indiferencia hasta ser alcohólicos ¿cree usted que la mayoría de los hombres hacen sufrir a las mujeres con su forma de ser en particular los que sufren alcoholismo?

En mi libro hay un solo cuento que trata de manera incidental el alcoholismo, ‘Balada de la vida breve’. Aunque en él retrato una familia disfuncional, mi sátira va dirigida más bien a las actitudes vivenciales de aquéllos que ven el trabajo maquiavélicamente como un camino necesario para el retiro, sin ocuparse de trascender en él o dejar alguna huella digna de emularse. De ahí mi insistencia en el lema “Pa’ el tiempo que me queda dentro mejor me …. dentro”. Y, ya refiriéndome a tu pregunta más general sobre el sufrimiento que provoca el alcoholismo, puedo decirte ahora que, precisamente tengo en mis manos la edición del libro de Alcohólicos Anónimos en Puerto Rico, los testimonios son impactantes. Siempre recordaré, en términos literarios el tratamiento que da el escritor uruguayo, Mario Benedetti, a los efectos maltratantes del alcoholismo en un cuento como ‘Réquiem con tostadas’

En el cuento La puesta del sol, usted como narradora implícita entra al relato para repara en que “los hombres no sabe vivir solos” ¿acaso usted propone que el hombre es inestable y necesita siempre de una mujer que lo cuide o lo guíe?

Bueno, la pregunta puede contestarse sin mí, tan sólo observando la realidad actual. Por ejemplo, en Puerto Rico, donde la mayoría de la población es femenina  y su oferta es tan variada como en todas las partes del mundo: jóvenes, viudas, solteronas, esposas de otros, profesionales, prostitutas… un hombre siempre encuentra compañía en términos humanos, con independencia de si son egoístas o no, si manipulan o no, si aman o chupan la existencia. Siempre recordaré el caso de una buena amiga a la que su compañero le repetía incesantemente “Yo nunca me moriré solo, siempre tendré una mujer al lado” La carga emocional era la de “Si no funciona lo nuestro, no importa, siempre existirá otra mujer”. Yo dudo que mi amiga suplantara afectos con tanta frialdad.

En el cuento El epitafio vemos un hombre que aleja a su esposa de su familia para así poderla controlarla mejor ¿con cuánta frecuencia usted cree que ocurre esto?

La familia siempre ha sido y es aún la seguridad que nunca falta en la vida de un ser humano. La mujer que yo retrato vive en otro país sustraída de lo suyo. El hombre, aprovecha la circunstancia de tenerla sólo para él y la confunde con La fierecilla de Shakespeare, sólo que a ésta no la doma, sino que la pierde, pues con su comportamiento maltratante lo que produce es terror y asco. Al final, ella logra liberarse de él. La decisión la ha podido tomar gracias a la referencia de su propia familia donde los padres no abusaban uno de otro, sino que se completaban y a las muchas lecturas donde se ve retratada en otro marco.

En todo el libro no pude encontrar un solo hombre que hiciera feliz o completara las expectativas de su pareja ¿acaso esto es un sentimiento de usted hacia los hombres o es efecto de la tonalidad del libro y su audiencia predilecta?

Tu pregunta me hace sonreír y hasta sonrojarme. Te explico. Yo no soy homófaba, soy una mujer normalísima cuyos mejores amigos- y subrayo aquí lo de amigos como derivado de amistad-  son hombres. Mi experiencia sentimental, que puedo ver ya a mis 57 años con placidez y no como vorágine, ha sido un caudal de riqueza y no de desgracia, pues aun en lo que ha tenido de negativa, me ha enseñado a no perder mi centro de mujer. Y creo que aquí está la clave de la contestación: el centro de mujer, si no lo pierdes, te permite ver toda experiencia sentimental diáfanamente, con tranquilidad, con ternura y sin ferocidad. Esto es la consecuencia mejor de quien confiesa que ha vivido. Hay un poeta chileno, Pablo Neruda, que escribió un libro magnífico y vital  ‘Confieso que he vivido’ donde las mujeres vuelan con gran celeridad,  mientras él se limita a contarlas en poesía. Creo sinceramente que la mujer puede vivir con igual intensidad que el hombre, pero es más consciente de las heridas que produce o que la infieren a ella. Pero ésta es otra clave del relato: las heridas.

¿Por qué se enfocó más en los desamores y sufrimientos de la mujer y no tanto en sus relaciones felices?

Porque lo otro, la felicidad, es más propio de los cuentos de hadas y no de la realidad. Y, en todo caso es tan efímera, que no da para mucha literatura y, créeme, esto en otras palabras lo dice Borges, el escritor argentino que sin ver, lo sentía todo. También, porque pensé en la mayoría de las lectoras y en un código íntimo, tan inteligible como paradójico en todas: el desamor del amor.

En el cuento La fiesta expresa al final, refiriéndose a la razón por la que la protagonista se aleja del personaje masculino: “…no aportaba ninguna explicación a su vida” ¿Las mujeres se entregan a hombres que las completan? ¿Es ésta su visión o un estilo colectivo?

Realmente el final está en función precisa de un amor en particular, cuyos rastros se persiguen sin resultados. La protagonista se enreda en una relación amorosa con el amigo de su antiguo amor que la había abandonado sin razón. Tan pronto se da cuenta que ese hombre no le puede descifrar las razones del otro se aleja.

Sí parto del concepto platónico de la otra mitad, aunque pienso en la completa autonomía de las mitades- en eso me alejo quizá del colectivo -por eso proyecto la idea de  plenitud como algo difícil de alcanzar. Si has leído la ley del amor, de Laura Esquivel, las trescientas reencarnaciones que, aproximadamente, ella propone como necesarias para el encuentro de las almas gemelas, te pueden dar la dimensión exacta de lo que propongo: el paraíso ausente.

En el cuento Carmen La juglaresa sentí que para la protagonista los recuerdos valían mucho ¿Cuán importantes son los recuerdos para una mujer?

La mujer es una enciclopedia de emociones, por eso se la acusa de sentimental. Decía francisco Umbral que recordar es volver a pasar una cosa por el corazón. Yo creo que la mujer sabe de este arte porque es menos viajera y más anclada en su puerto. Si te fijas, en la contraportada hay una frase: “La mujer es una cazadora de experiencias inolvidables”, es una Diana cazadora.

¿Qué importancia tiene el erotismo en la vida de las mujeres, a la vista de su cuento “Carmen La juglaresa”.

La mujer, contra lo que se piensa, no es un ser de rutina convertido en un estereotipo de madre, hija o esposa, la mujer cuando es mujer es otra cosa. Es aquí cuando se despoja de emociones para vestirse de sensaciones. Con ellas juega, se evade, se libera y reconoce la otra dimensión del placer propio, y no ajeno, de ser mujer. El personaje de Carmen juega a ser juglaresa y a cantar sus poemas de amor por la vida. La importancia del erotismo la vio muy bien un poeta como Octavio Paz en ‘La llama doble’.

En el cuento El intruso, aparte de todas las interacciones, la idea que sobresale es que la mujer es la peor enemiga de la mujer ¿Por qué toca este punto?

Obviamente porque creo en él. Toda mi vida he contado con mejores amigos que amigas. En los hombres es menos común la envidia. Su sentido de competencia es otro, más dirigido a los hechos que a las formas. Las mujeres, a veces, quieren absorber personalidades que no tienen  y, como amebas, fagocitan a otras personalidades más seguras y originales. La envidia las consume.

Me inspiré en la ‘Oda a la envidia’ de Neruda para escribir este cuento y en las fábulas orientales que animalizaban las actitudes humanas. Las ratas son sinónimo de astucia rastrera. Neruda dice “Son como ratas de navío/ se meten por todas partes/… Existen porque yo existo”. Se refería a sus detractores que impedían su nominación para el Nóbel de Literatura.

¿Cree que los patrones de feminismo y machismo son creados por la sociedad?

Sí. La sociedad y la religión, así como la propia familia genera estos patrones. El “papito” o  el “negrito”  que se dice de cariño a los hombres, ya indican en su tierno diminutivo lo poco que se les exige y la carga maternal que inyectan, liberadora de ciertas responsabilidades. Y es que el hombre no tiene por qué guardar su honor, el honor es una cuestión de mujeres desde la edad media para acá. La religión, desde la historia bíblica ha repudiado la idea de placer en el matrimonio, para sacralizar la procreación. La mujer que no paria se repudiaba y otra venía a ocupar el primer lugar. La servidumbre del cuerpo es viaje y no sólo en términos de prostitución, como ves. La sociedad, por otra parte, sigue aferrada a la tradición familiar que consagra estas conductas y es incapaz de atender propuestas más igualitarias incluso fuera del matrimonio tradicional.

El feminismo fue una respuesta necesaria, cuyos efectos han favorecido la vida de las mujeres en general. Yo que no soy feminista porque considero que con ser mujer tengo bastante, reconozco su contribución.

¿Cuánto de este libro considera autobiográfico?

Difícil precisar el cuento. Sólo te puedo asegurar que escribo sobre algo, cuando ese algo que he vivido, visto, observado, escuchado, leído… trabaja en mi mente bastante tiempo, de forma que, sin querer, lo voy elaborando, ampliando, cambiando según sus posibilidades. Es decir, siempre parto de lo conocido y no forzosamente lo conocido es autobiográfico. Entra la experiencia ajena, lo vicario.

¿A quien desea que llegue este libro?

Yo escribo para comunicar a hombres y mujeres. Todo tipo de hombres, todo tipo de mujeres. Contiene una nota que ha de agradar a las feministas: la asertividad y creo que algo de intención hay en ello.

¿Cuál es su visión de hombre? ¿Por qué lo describe de esta forma en el libro?

Mi visión del hombre es generosa. Sólo que la estructura y tema del libro del que da buena fe el título me ha obligado a detenerme en cierto tipo de hombre: el que escoge mujer, no importa cual; el que se divorcia para ver si el juego resulta; el que abandona por cobardía ante situaciones de enfermedad; en fin… Pero, aclaro que el libro es una visión parcial del hombre y ¡A Dios gracias!

¿Quién o qué es su mayor inspiración?

Mi inspiración fundamental son las lecturas que he ido asimilando durante toda mi vida y se han quedado ahí como un acervo de lecciones vitales, estilos únicos, ambientes excepcionales… ellas siempre iluminan la estructura que deseo para mis libros. Fíjate en las partes y las citas anticipatorios de mi libro y te darás cuenta de cuanta relación tiene con la historia y las técnicas que empleo. Luego, en segundo término, la vida como contraste de los libros, de lo aprendido, que a veces hay que desaprender.

¿Existe el hombre y la mujer perfecta?

La perfección no existe, por lo cual no vivo desilusionada. Pero, en la búsqueda, encuentro gran satisfacción, gran aventura, gran proyecto vital… tanto en mi interior, como en lo que me rodea. Hay personas con las que desarrollo gran afinidad porque, sin presentaciones, nos reconocemos en esta búsqueda única de unicornios.

¿Cuál es su experiencia con los hombres?

Una experiencia normal, de encuentros y desencuentros que si me ha marcado ha sido positivamente, pues es a través de otros que consigues el verdadero conocimiento de ti mismo. La experiencia es un espejo necesario.

¿Usted cree que el amor es posible?

Por supuesto. En mis cuentos las divagaciones no son sobre la posibilidad de alcanzarlo, sino más bien sobre la imposibilidad de mantenerlo.

Como usted nos dijo que le habían preguntado, ¿existe un Edén para las mujeres?

Sí, en la imaginación, en la idea del amor, existe un lugar único de comunión de dos almas. Pero en mi imaginario no tiene el ambiente paradisiaco, ni la manzana, ni la serpiente coquetona sobre mis pies desde que supe que era una historia mesopotámica y no bíblica. Radica, más bien, en momentos sumamente fugaces dignos de conservarse como reserva sentimental en época de sequía. El Edén no es un lugar es una estrella fugaz.

¿Por qué comenzó en el prologo con extracto tan triste que simboliza la soledad y el miedo? ¿Acaso las mujeres están destinadas a estar solas?

Qué cosa, jamás pensé que el prólogo fuera triste. Cuando cito a María Zambrano, la única mujer de la Generación española del 27 que debió de entender lo que era escribir desde la soledad mejor que otras mujeres de su época, no pretendí ser triste,  sino ofrecer la dimensión de la psiquis femenina que necesita siempre la soledad, el cuarto propio del que hablaba Virginia Wolf, para trasmitir su verdadero yo. Si observas bien, yo he tratado de meterme en la psiquis de 11 mujeres diferentes y he tenido que aislarlas y sentarme con ellas a solas para retratarlas mejor.

No creo en un destino tan fatal para las mujeres. Pienso que, mientras las miradas masculinas persistan en su narcisismo machista, la mujer, aunque esté acompañada, se sentirá sola.

¿Cómo explica los lazos que crea la feminidad entre las mujeres?

La mujer estuvo mucho tiempo callada, Los hombres “decían” a las mujeres. Cuando éstas lograron “decirse” no sólo a ellas mismas, sino a los hombres desde el punto del yo femenino, las mujeres se vieron retratadas en su mudez, en sus condiciones aisladas. Comenzó la comunidad femenina a sentirse identificada con unas mismas situaciones y en esa identificación se halló la fuerza, el valor, para trascender en todos los campos. La literatura como aglutinador del pensamiento femenino ha sido vital.

Luego de esta conversación, se aclaró todo: este libro trata de promover el sentimiento de ser mujer, de feminidad.  Pero, es evidente que también se promueven ciertas creencias feministas y de manera indirecta y no intencionada la desconfianza en la figura masculina.  Esto último lo digo porque, si se hace una lectura superficial del libro, parecería que se destaca la ineficiencia, la insensatez de la figura masculina, muchas personas se detendrían en esto y lo tomarían como cierto y jamás pensarían que hay mujeres que se comportan de igual manera.  Si hay algo que me convence y me hace sentir mejor es el saber que este libro acompañará a todos los lectores y nos da una idea de lo que hay dentro del corazón de una mujer.  Según lo leído y lo investigado, pude deducir que la diferencia de la feminidad en el contexto cultural es la forma en que se expresa y no en lo que es el sentimiento matriz.  Lo entendido y la idea que se impregnó en mí, es que las mujeres sienten y valoran los sentimientos que los hombres damos por inservibles o que olvidamos, no por nuestra culpa, sino porque no se nos ha enseñado a sentir a vivir.  En él se contrasta la compasión, con el erotismo; por otro lado convive la verdad con la mentira, la paz con la desesperación. Con cada lectura este libro brinda o desenmascara nuevas y reales verdades, lo cierto es que en él hay de todo para todos.


Desde el «Valle de Aguas» hasta Puerto Rico

ángel

Entrevista por Ángel Gustavo Gonzalez

Esta española llegó a Puerto Rico un mes de mayo, hace ya treinta y seis años, dispuesta a integrarse a esta tierra, de la que sólo conocía la música de Rafael Hernández y la poesía de José de Diego. Cuenta que, a su llegada de noche a Puerto Rico, le pareció una postal de Navidad, a juzgar por las luces que se observaban desde el aviόn. Desde el primer momento se instalό en Aguadilla. Piensa que, aunque hablamos el mismo idioma y la cultura española predomina en el ámbito familiar, en las creencias, costumbres, arte y tradiciones, la idiosincrasia puertorriqueña tiene su propio talante: “Jamás me hubiera integrado realmente al país sin estudiar su historia y su literatura. Los primeros años de madre, ama de casa e integrante de alguna que otra asociación, sόlo me proveyeron la sensación de caminar en el aire, sin agarre, sin raíces. Finalmente, el mundo de trabajo me las dio”. Respeta mucho a nuestro  país, donde ha transcurrido toda su vida adulta con todo lo que esto significa: amistades, estudios, profesión, hogar, hijos…  pero los primeros años formativos, la familia original, la tierra de origen han forjado en ella una manera de ser que no admite sustituciόn alguna, aunque sí enriquecimiento de lo propio: “Poseer dos culturas es enriquecedor; te humaniza más”. Este sentir es el verdadero escenario de las clases que ofrece: Español de Honor, Redacción y estilo, entre otras.

Precisamente en Puerto Rico es que viene a realizar su verdadera vocaciόn, gracias a una maestría y doctorado en Literatura Puertorriqueña otorgados por el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico en consorcio con la Universidad de Valladolid. Sus tesis constituyen el estudio más completo, hasta el momento, sobre la obra del escritor  Manuel Méndez Ballester (cuento novela, teatro y periodismo) que abarca más de medio siglo.

Escribe sin preferencias de género: “Es el tema o el sentimiento quienes eligen por mí el molde adecuado. Cuando escribí Muros de sombra (2004), fue tan espontáneo el diario sentimental, como los cuentos o la poesía que contiene. El resultado fue un collage que mostrό la enfermedad del cáncer como un tema literaturizable y poético.”

Carmen Cazurro llegó a nuestra universidad luego de múltiples experiencias en la Universidad Interamericana de Puerto Rico, tanto en San Germán, como en Aguadilla donde dirigiό el Programa de adultos AVANCE durante cinco años. Lleva once años con nosotros. Es catedrática en el Departamento de Español y dirije las Revistas Brisas y Prisma, donde fomenta la creatividad estudiantil, junto a la de escritores reconocidos.

Sobre los siete años que estuvo en la dirección de su departamento me confiesa: “ Fueron años que recuerdo, todavía perpleja, por la cantidad de energías que desplegué. El ambiente propiciaba iniciativas, gracias a eso pude dirigir cinco congresos a nivel isla que dieron prestigio no sólo al departamento, sino a toda la universidad, en particular aquél en que nos visitó el escritor chileno Antonio S. Skármeta y coincidió con la candidatura de Enrique A. Laguerre al Premio Nobel de Literatura. Puedo asegurar que extendimos verdaderos lazos culturales con la comunidad y el Departamento de Educación. También organicé certámenes literarios e impulsé el Club Cervantes. Luego vino mi gestión mediadora para la donación de la biblioteca de Enrique Laguerre.”

Cazurro considera que todo su trabajo ha sido suficientemente reconocido. Desde hace seis años, forma parte de la Junta de Directores de la Fundaciόn Puertorriqueña de las Humanidades, de la que es Vice-presidenta. La Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico, la distinguiό como Miembro de Número . Sus primeros dos ascensos en la Universidad de Puerto Rico se le otorgaron por mérito extraordinario.

A los 21 años recién cumplidos, usted obtuvo un Juris Doctor de una de las universidades más antiguas de España, la Universidad de Valladolid fundada en el siglo XIII. ¿Qué la llevo a estudiar Leyes?  Sin duda lo que me impulsό a estudiar la carrera de leyes fue la tradición familiar: por un lado, mi abuelo Antonio García de Quintana Núñez, figura política muy respetada, que asumió su propia defensa ante el tribunal militar que durante la Guerra Civil (1936) dictó su sentencia de muerte como una lección para otros personas íntegras como él; por otro, mi tío Antonio García de Quintana Hernández  de los escasos especialistas en Derecho Administrativo que modernamente fundó la primera firma de abogados en Valladolid.   Pero, como todo hay que decirlo, mi verdadera vocación eran las lenguas muertas: el griego y el latín. paradójicamente no seguí la carrera de Filosofia y Letras en aquel entonces, porque la profunda admiración que sentía por el catedrático de griego me inquietaba. Los sonrojos eran demasiados como para restar naturalidad a los años de universidad en los que seguiría él como profesor.

 ¿Cómo fue su experiencia durante los cinco años de estudio? En mi grupo de primer año éramos veinticinco chicas; ya, en el quinto, sólo quedábamos diez. Eran años de romper con todo tipo de fosilizaciones. Puse de moda el traje pantalón en la universidad y participé en todo tipo de reacciones contestatarias. Había mucho nepotismo, las cátedras se heredaban prácticamente, y en una de las manifestaciones en contra de esta situación, la guardia universitaria me encerró por cuatro horas, junto a otros compañeros, en la biblioteca del Palacio Santa Cruz.  El último año fue el más difícil, tuve que estudiar desde Puerto, donde ya vivía, para presentarme a exámenes libres. Las convocatorias coincidían con la fecha en que iba a dar a luz, pero al mes sufrí un aborto. Entonces regresé a España con la intención de solicitar permiso para incorporarme a los exámenes regulares. Los profesores estudiaron mi expediente y accedieron, pero una severa infección de oídos sólo me permitió tomar uno de ellos. En las cinco asignaturas restantes tuve que someterme a los temidos exámenes orales que incluían todos los códigos de leyes, penal, civil, administrativo, con sus cientos de artículos –todo un reto memorístico-. Después de esta carrera de obstáculos, logré mi licenciatura que nunca llegué a ejercer.

¿Entonces cόmo ha contribuido esta formación en su vida posterior? Me anima un profundo sentido de la justicia y de respeto a la dignidad del ser humano en todo mi quehacer personal y profesional. Aunque no ejerzo, siempre he sido “abogada de pobres”. La posible autoridad moral que me otorgan los demás, no sólo proviene de que he estudiado durante toda mi vida, sino de ese profunda aspiración inculcada por la filosofia del derecho en contacto con el albedrío del diario vivir.

Tengo curiosidad por una serigrafía con la caricatura de Mendez Ballester que decora su oficina. ¿En qué consistiό el Seminario Manuel Méndez Ballester: afirmación de las Humanidades en el Horizonte del sistema educativo puertorriqueño? Esta fue la primera propuesta que hice en mi vida mientras dirigía el Programa Avance de la Universidad Interamericana. Tuve la suerte de que la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades le encontrό sus méritos y me permitiό dirigir el seminario. Los participantes eran maestros del área noroeste interesados en actualizar sus conocimientos y escribir monografias sobre diferentes temas relacionados con la obra de Méndez Ballester. El historiador Mario Cancel y el escritor Carmelo Rodríguez Torres fueron vitales para este juicio postmoderno sobre la generaciόn del 30 y este escritor en particular.

¿Cómo se inició como escritora? Yo siempre escribí esporádicamente, sin afanes de publicación, hasta que el Pen Club de Puerto Rico me concedió el Primer Premio de Ensayo en 1995. A partir de este impulso y con estímulo de algunos escritores del país, empecé a publicar cuentos, después vino la edición de libros y más tarde unos poemarios y una novela.

Dentro de sus escritos se destaca la poesía ¿Hábleme un poco de sus poemarios Con la tinta de la amargura: Los cristales de tu ausencia (2000) y Rendijas de luz (2005)?  El primer poemario que mencionas recoge 75 poemas en torno al tema del amor que, al no ser correspondido en la medida que se ofrece, desemboca en amargura. Lo presenté en el V Congreso Internacional de Escritoras que organizό la poeta Mayrim Cruz Bernal y tuvo mucha aceptación. Fue con este libro que me presenté por primera vez en España como escritora “puertorriqueña” en el seno del  XII Congreso  Internacional: Literatura y Sociedad que se celebrό en Madrid. Lo curioso fue que en San Germán me invitaron a presentarlo como escritora “española”.  Rendijas de luz   o  La sorpresa de la emoción constituye una experimentación con el tipo de versificación japonesa conocido por “haiku”. Es una edición trilingüe, en  inglés e  italiano. El Dr. Fabio Farsi lo presentó en Santo Domingo en el transcurso de un Congreso Internacional de traductores. Espero presentarlo el próximo año en Argentina donde existe un Instituto del Haiku.

¿Qué satisfacciones le ha proporcionado  su primera novela, La hija del alcalde (2005)? Este libro es especial en mi consideraciόn, representa el lugar donde la represiόn obligada por la guerra civil española- yo la llamo exilio íntimo- cobra fuerza y sale a la luz. Es como el cuerpo vivo de un tiempo herido por la violencia. En  realidad, yo soy coautora del libro, pues el tema me lo regalό mi propia madre, durante largos años de conversación en los que el ayer nunca era algo vano; y, también, mi abuelo, gracias a los archivos municipales de Valladolid y Madrid. Lo mejor de todo es que mi madre habla de “nuestro libro” y que circula entre dos mundos con una propuesta: “Los muertos de las guerras son universales.”

Cuente alguna anécdota con sus lectores que sea digna de destacar.  Tengo una muy reciente. Los lectores de Aguadilla han querido hacer de carne y hueso al personaje de Carlos de mi libro Muros de sombra, caracterizado como poeta, amante y hombre débil ante el dolor. Es más, lo han identificado con un ciudadano cubano-aguadillano con el que no tengo el más mínimo trato. Este afán de identificar lo escrito como totalmente biográfico lleva a este morbo, muy humano, de querer construir la vida de la autora. Como escritora sé que, desde el momento en que se publica un libro, ya dejas de ser su dueña pues los lectores se posesionan ávidamente de sus páginas para recrearlas a su antojo en una nueva dimensión. Apasionante ¿no crees, Gustavo?


El eco de un suspiro

Mi corazón golpea tu puerta

Tú tienes lo que yo busco: aire

palabra, tierra….

 

Me vuelvo insoportable sin ti.

Muero de ti.

 

Cuando estás tan ausente

Todo te lo digo

Y te escribo y te hablo

Desde esta cárcel de amor

Donde hora tras hora,

Nada hacemos

Sino morir


En tu huerto

El amor cantaba, cierto.

Rumores de palabras exaltadas

llegaban a sus oídos serenos

como inagotables veneros

de alegría imantada

 

Y por fin brotó su sonrisa

Entre aquella marea súbita de latidos

Le poseyó la idea de un beso

Y cerró los ojos

Mientras, ella se disfrazaba de azul

para el regreso

 

El cielo fundente de nubes espeso

fue el culpable de aquel embeleso

de risas y besos